Un homenaje al burro
Joaquín Pablo Posada, el autor del poema que aquí publicamos, era hijo del general (muy conservador y muy bolivariano) Joaquín Posada Gutiérrez. A diferencia de su padre, Joaquín Pablo era civilista, antimilitarista, ferviente católico y absolutamente comunista. Estaba convencido de que el mensaje de Cristo era el de la comunidad completa de bienes, y como era un muchacho muy consecuente, le dio por publicar un periódico para defender y difundir sus ideas subversivas. Para ello logró la entusiasta complicidad de otro cartagenero, el aristócrata y también comunista Germán Gutiérrez de Piñeres, y después de varias noches de trabajo muy clandestino, publicaron en Bogotá el primer numero de 'El Alacrán', el 25 de enero de 1849. Debe hacerse notar que para esas fechas todavía no había llegado a Colombia ninguna copia de los escritos de Marx, y también hay que dejar sentado que el comunismo de estos dos muchachos era de origen exclusivamente cristiano.
Pero aquí no es posible contar toda la historia de 'El Alacrán'. Solamente esto: ya en el tercer número, los autores estaban encarcelados, pero siguieron sacando la publicación desde el calabozo. Además, se hicieron cargo de su propia defensa, y presentaban los alegatos jurídicos EN VERSO. El escándalo de toda la ciudad era enorme, porque los dos pícaros no se contentaron con difundir las ideas comunistas: también les dio por hacer versos ofensivos contra el Arzobispo, inventar que un ciudadano respetable tenía relaciones incestuosas con su hija (todo con nombre y apellido), decirle 'tuerto' a un aristócrata bizco y 'malandrín' a un oligarca desvergonzado. A estos perturbadores del orden público y privado les quedaba tiempo para conspirar en favor del general Melo, a quien ayudaron en su golpe de estado 'socialista', participar en las organizaciones de artesanos y 'Sociedades democráticas', batirse a duelo con cachacos impertinentes y escribir versos en honor al burro, como el que les he regalado hoy, o a un pajarillo prisionero en una jaula.
Los dos malandrines murieron en el peor estado de miseria y abandono, pero fueron una luz de insolente alegría en la atmósfera gris y cartuja del Bogotá de aquel tiempo.
En los tiempos de Job el pacienzudo
Mas 'témpora mutantur' tu destino
Los hombres de este mundo son ingratos,
No puedo menos que fruncir las cejas,
Hay veces que al mirar tu desventura,
¿Quien habrá que hondamente no se duela
Dichosamente te dotó natura
Si ingrato el hombre y bárbaro no fuera,
¡Pobre pollino! Si el americano
De paz emblema el burro - no de guerra-
era tenido el burro en gran valía;
para probarlo al mismo Job acudo,
que en esos tiempos criticar solía
al hombre presuntuoso, torpe y rudo
que libre como el burro se creía,
como si el burro nada menos fuera
que un ciudadano inglés de nuestra era.
¡Cuán diferente es hoy de lo que fue!
Cuando acaso te encuentro en un camino
cargado con dos tercios de café,
bailando al son de un palo el torbellino,
no pudiendo tenerte más en pie,
viene el recuerdo triste a mi memoria
de aquellos tiempos de tu antigua gloria.
el hombre es de perverso natural;
esa invención que llaman 'garabatos'
es invención infame, criminal;
¡Cuántos te proporciona malos ratos
el hombre vil con su invención fatal!
Por eso, aunque de horror me despeluzno,
disculpo tu fatídico rebuzno.
llenándome de justa indignación,
cuando te veo sin rabo y sin orejas
tirando de un pesado carretón;
al ver que tú, infeliz, nunca te quejas
ni quieres sacudir tu humillación;
al mirarte sufrir, noble pollino,
con el digno valor de un granadino.
al mirar esas tuertas angarillas
lastimar ¡oh, dolor! la matadura
que te hicieron sangrienta en las cosillas,
mil lágrimas yo siento de amargura
rodar quemantes por mis dos mejillas...
Sí, lloro al ver que hay hombre a quien se ocurra
tratar al burro así, y así a la burra.
al ver de Cartagena el cruel zambote
añadirse a la carga de panela
-de sobornal a guisa- echarle al trote,
entonando su torpe cantinela,
los pies cruzando, ¡oh burro! en tu cogote?
Semejante espectáculo, a Nerón
ablandara sin duda el corazón.
de una noche cachaza, burro amigo;
con ella de tu suerte la amargura,
de tu destino bárbaro, enemigo,
sufres con tanta calma... mas, ¿qué digo?
Para los golpes: tu existencia dura...
¿Hallarte un parecido? ¡Intento vano!
¿Más sufrido que tú? ¡Ni un espartano!
premiar supiera ¡oh burro!, tus servicios:
si en mi mano tu suerte ¡ay! estuviera,
te colmara de honor y beneficios.
Y si un instante dictador me viera,
aun a costa de ingentes sacrificios
en cada plaza mandaría al momento
al burro levantar un monumento.
pensara que sin ti nada sería...
Si no hubieras pasado el oceano
para venir aquí, ¿quien serviría
en tu lugar al vil, rústico insano
que a palos, con crueldad, torpe te guía?
Si por el burro bienhechor no fuera,
¿tendríamos mulas para andar siquiera?
¡El burro! ¡El burro! ¡Oh bella patria mía!
Si grandes almas hay en esta tierra,
si hay aquí quien aprecie la hidalguía
y las virtudes cívicas que encierra
en sí el noble animal, haced que un ida
se tribute homenaje a su virtud,
y una estatua le alzad en gratitud.
La nariz de un fiscal
y la pluma implacable de un poeta
No solamente el gran Quevedo escribió sonetos para ridiculizar la nariz de un contrincante. El valiente periodista peruano Felipe Pardo y Aliaga, que publicaba un periódico de oposición titulado 'El Limeño', fue llevado ante los tribunales (5 de julio de 1834) por el fiscal Manuel Antonio Colmenares, quien era muy celoso defensor del orden establecido.
Por fortuna para la historia de la poesía, el señor fiscal tenía una nariz extraordinariamente fenomenal, y el periodista procesado era dueño de un ingenio quevediano.
Lo primero que hizo Felipe Pardo y Aliaga fue publicar un nuevo periódico ('El Limeño' estaba clausurado), con el nombre de 'El Hijo del Montonero', e insertar en el la siguiente nota:
Y enseguida se dejó caer con la más larga serie de poemas sobre la nariz de que se tenga noticia en la historia de la literatura universal. Once sonetos, más de veinte décimas, innumerables octetos, y unos cuantos epigramas y glosas inmortalizaron la nariz magnifica del fiscal Colmenares. Los títulos de estos versos eran, entre otros 'La nariz', 'A Narigónides', 'A Rábula', 'El Vengador de la Nariz', 'A Naristarco', 'La Nariz en Venta', 'Otra vez la Nariz', 'Bilis y Narices', etc. Aquí me voy a limitar a transcribir un soneto, porque no quiero cansar las narices de mis amados lectores. Ahí va.Suplicamos al señor fiscal de los fiscales, que olfatee sus extravíos, aplicando su nariz, que no es poco aplicar, y denuncie los que le den en ella, y si de resultas vamos a la cárcel, contamos con una orden secreta para que se nos coloque en la habitación en que estuvo 'El Limeño'.
Es ancha, es larga, es mal formada, es honda,
Larga: en las nubes no dirás que esconda
Honda: no lo fue más la hoya romana,
Mas compara por temas singulares
la nariz de que voy a darte informe.
Ancha: no puedes su extensión disforme
recorrer en un día a la redonda.
mejor su cumbre el Chimborazo enorme.
Mal formada: no es fácil que te forme
símil que a su estructura corresponda.
do lanzarse uno solo entre millares
osó con fortaleza sobrehumana.
el pueblo a un colmenar cada ventana,
y la llama NARIZ DE COLMENARES.
Omar Khayyam,
poeta de la ebriedad y la sabiduría
Allá por el año 1074 vivía en Persia un sujeto bastante simpático y talentoso, a quien, en razón de sus muchos conocimientos, el Sultán y otros grandes dignatarios acostumbraban pedir consejo y asesoría. El muchacho era más bien brillante y multifacético: sabía matemáticas, astronomía, meteorología, medicina y filosofía. Sostuvo una vez una discusión, por escrito, con un sabio neurótico a quien le había dado por atacar las teorías médicas del gran Avicena, y le ganó en lógica científica aunque no pudo derrotarlo en rigor teológico. El otro, que se llamaba Al-Ghazali, citó El Corán y apabulló a nuestro amigo.
Omar (que así se llamaba el mozalbete), no hacía mucho caso de estos tropiezos. Por aquella época estaba muy ocupado, por encargo del Gran Visir, en revisar el calendario oficial y construir un observatorio. Formaba parte de la Comisión de Sabios encargada de poner orden en los asuntos del tiempo y el espacio, y debemos suponer que esto estimuló su imaginación y desquició su serenidad. Absorto en los enigmas del ser y el devenir, fue cayendo en la manía de preguntarse cosas que no tienen respuesta. Y como no pudo construirles una respuesta, comenzó a dirigir las preguntas al propio Alá (Loado sea su Nombre). Y así, de pregunta en pregunta, llegó a formular interrogantes que por sí solos constituían una herejía abominable. Por ejemplo:
Y en menos tiempo de lo que tardamos en contarlo, nuestro amigo Omar se entregó a la bebida. Bebía como un condenado y andaba borracho, murmurando sus preguntitas, por las callejuelas de Isfahan y por los corredores del palacio. Y comenzó a escribir sus preguntas y sus meditaciones, en forma de 'rubayata' (en persa, plural de 'rubai'), es decir en forma de versos pareados. Y le resultaron tan buenos esos versos, que medio siglo después de su muerte la gente tejía leyendas en torno a su nombre y lo recordaban como a un filosofo profundo y un poeta admirable.
Hoy se sabe, después de muchos siglos de intentos fallidos, que la destilación de un poema genial no depende de la calidad del vino, sino de la calidad del borracho. Y en este punto hay consenso general: Omar Khayyam es el borracho de mejor calidad que ha producido esta sufriente humanidad.
Aquí les brindo (esa es la palabra) algunos fragmentos, en desorden, en versión mía, muy libre:
¡Bebe vino, bebe vino!
Largo tiempo has de dormir bajo la tierra
sin mujer y sin amigo...
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Ni tú ni yo conocemos los misterios de la Eternidad,
ni tú ni yo desciframos este enigma;
tú y yo hablamos solamente de este lado del velo,
y cuando el velo caiga, ni tú ni yo estaremos aquí.
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Los cuerpos que ocupan la bóveda celeste
engendran todas las incertidumbres de los sabios;
aférrate, no sueltes la hebra delgada de la sabiduría,
ya que los mismos Poderes que Son, son hilos en la rueca.
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Mi norma de vida es beber y estar contento,
ser libre de la Creencia y de la No Creencia, es mi religión.
Yo pregunté a mi desposada, la Predestinación,
cuál era la dote que exigía:
'Tu alegre corazón', me respondió.
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Aquí estamos, con vino, música y este rincón destartalado,
corazón, alma, el jarro, las ropas manchadas de licor,
vacíos de esperanza del perdón,
vacíos de miedo del castigo,
libres de tierra, aire, fuego y agua.
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Un religioso dijo a una ramera: 'Estás ebria,
atrapada a cada momento en una nueva trampa'
Ella respondió: 'Oh, Señor, yo soy lo que tú dices,
y tú, ¿eres lo que aparentas?'
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Nadie, corazón, ha visto el cielo ni el infierno,
¿dime, amiga, quién ha regresado de allí?
Nuestras esperanzas y temores se basan en algo
de lo cual, mi querida, no hay más indicio que el nombre.
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Si estoy ebrio de vino prohibido, herético, ¡pues sí, lo estoy!
Si soy un incrédulo, un pagano, un idólatra, ¡pues sí, lo soy!
Cada secta tiene sus propias sospechas contra mí,
pero yo soy solamente lo que soy.
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Se sabe que Omar Khayyam murió viejísimo. En uno de sus 'rubayata' dice: 'El lapso de mi vida ya ha alcanzado los setenta, y si no me divierto ahora, ¿cuándo lo haré?' Cada una de las sectas poseedoras de la 'única verdad absoluta' lo consideraba un hereje, un renegado y un apóstata. A pesar de eso, logró morir muy anciano y de muerte natural, en el año 1123.
Y hasta aquí llega mi historia. Me voy a beber.
El poema que aquí incluyo es por sí solo una historia. Lo escribió el francés Jacques Prévert (1900-1977), autor de 'Palabras', 'La lluvia y el buen tiempo', y muchos otros trabajos literarios, incluyendo libretos de cine.
Prévert escribió la mayoría de sus poemas con estilo narrativo. Algunas de sus mejores producciones son largas cadenas de relatos breves, contados en una o dos líneas, de una manera muy directa y sencilla. Cada poema es una gran metáfora que carece de pequeñas metáforas.
Muchas de las poesías de Prévert fueron musicalizadas por Joseph Kosma, y se han hecho famosas como canciones populares, no solamente en Francia sino también en otros países.
He ido a la feria de los pájaros
y he comprado pájaros
para ti
amor mío
He ido a la feria de las flores
y he comprado flores
para ti
amor mío
He ido a la feria de los hierros
y he comprado cadenas
pesadas cadenas
para ti
amor mío
Y después he ido a la feria de esclavos
y te he buscado
pero no te he encontrado
amor mío
(Traducción mía, CV, lo más literal posible).
Stephen Crane vivió solamente 29 años. Nació en Newark, New Jersey, en 1871 y murió en 1900. Fue el menor de catorce hermanos. Escribió su primera novela en dos días. Tanto su padre como su madre fueron escritores, y entre sus antepasados abundaron los soldados y los clérigos. Quienes han estudiado su obra concuerdan en que ella refleja las influencias familiares, en su tema obsesivo, el conflicto y la guerra; en su compasión estoica, casi mística; y en su tono bíblico. Crane escribió narraciones, ensayos y novelas. Su extraordinaria y corta carrera literaria comenzó a los veinte años de edad, cuando salió de la Universidad de Syracuse, y produjo su primera novela, con el titulo de 'Maggie: A Girl of the Streets', en solamente dos días de trabajo febril. Más tarde publicó varias obras más, entre las que destacan dos libros de poemas, 'The Black Riders and Other Lines' (1895) y 'War Is Kind' (1899).
Crane fue tan buen narrador, que durante mucho tiempo no se consideró su poesía digna de mayor atención. Vivió algún período en Inglaterra, y allí alternó con genios de la talla de Henry James, Conrad y H.G. Wells. Un notable crítico llegó a compararlo con James Joyce por su vigor como narrador de ficción.
Solamente a mediados de este siglo ha comenzado a valorarse la prodigiosa poesía de Crane, que aparte de las influencias ya anotadas revela una poderosa vena periodística (él mismo trabajó como 'reportero' en Nueva York, y lo hizo con singular brillo). Pero además, una lectura atenta de sus poemas muestra dos vertientes líricas que confluyen: la de Walt Whitman y la de Omar Khayyam. De la pluma de Crane fluye una fuerte y concisa poesía de la ciudad, del mundo moderno, de los problemas de la muchedumbre, sobre el trasfondo de las eternas preguntas esenciales del hombre y sus dilemas éticos. Hay un breve poema de Crane que es hermano gemelo de otro de Khayyam. Es este:
Compárese con el de Khayyam, que ya he publicado anteriormente, y que dice así:
Ahora bien, nosotros, los latinoamericanos, deberíamos leer más poesía norteamericana, especialmente aquella que nació y creció con este siglo. Porque además de encerrar la sabiduría rebelde que nace en los callejones de las grandes ciudades, esa poesía nos enseña a acercarnos al alma ruda y sincera de un pueblo de trabajadores, inmigrantes y pioneros, que se enfrenta al inmenso poder acumulado por la gran metrópoli. Esa poesía nos enseña también a producir hermosas flores sin más materia que el cemento, y ternura sin más elementos que el paria miserable y la sombría callejuela del suburbio. Stephen Crane es, en esta obra de creación mágica, uno de los grandes brujos de la moderna poesía norteamericana.
Aquí les ofrezco, por eso, tres breves joyas de este poeta excepcional.
Muchos demonios rojos
Muchos demonios rojos cayeron rodando de mi corazón
sobre la página.
Eran tan diminutos
que la pluma los pudo hacer papilla.
Y muchos forcejeaban en la tinta.
Era extraño
escribir en este rojo amasijo pegajoso
de cosas salidas de mi corazón.
Un periódico
Un periódico es una colección de injusticias a medias
que, voceada por muchachos milla tras milla,
difunde su curiosa opinión
ante un millón de hombres compasivos y burlones,
mientras las familias abrazan los goces del hogar
cuando las estimula una noticia de horrenda agonía solitaria.
Un periódico es un tribunal
donde cada uno es procesado de modo amable e injusto
por una mezquindad de hombres honestos.
Un periódico es un mercado
donde la sabiduría vende su libertad
y los melones son coronados por la multitud.
Un periódico es un juego
en que el jugador logra la victoria gracias a su error,
mientras que otro, por su destreza, recibe la muerte.
Un periódico es un símbolo:
es la crónica casquivana de la vida,
una colección de chismes vulgares
que concentran eternas estupideces,
de esas que en épocas remotas vivían ininterrumpidamente
vagando a través de un mundo sin cercas ni barreras.
Un hombre con una lengua de madera
Había un hombre con una lengua de madera
que intentaba cantar,
y en verdad eso era lamentable.
Pero hubo uno que oyó
el claqueo de esa lengua de madera
y supo que el hombre
quería cantar.
Y con esto el cantante se sintió feliz.
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(Nota: La traducción es mía. No conozco otras versiones en español de este poeta.
Carlos Vidales.)
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Almafuerte
Los poemas del argentino Pedro B. Palacios, más conocido por su seudónimo de ALMAFUERTE, han tenido un destino semejante a las prosas de Vargas Vila: los Doctores de la Ley solamente les dedican su desprecio, pero el pueblo sencillo, los taberneros, mozos de cuadra, campesinos, trabajadores, reclutas y carteros les tienen un amor a toda prueba. Cada soneto de Almafuerte ha sido retocado, mejorado, profundizado y corregido por la gente innumerable que transmite de memoria, de generación en generación, esas estrofas sonoras, esas imprecaciones terribles, esas admoniciones proféticas. Para nuestro gusto de gentes modernas y atareadas en cosas tan importantes como los electrones, la chequera, el laboratorio y las rutinas del trabajo diario, todos esos gritos de Almafuerte nos parecen tal vez un poquito grandilocuentes. Pero tienen, en cambio la gran ventaja de que dicen verdades.
Borges dijo alguna vez que Almafuerte era apenas 'un compadrón, un San Juan Moreira', aludiendo con desprecio a esos gauchos matones, medio bandidos y medio héroes, de que están llenos los cuentos del propio Borges. Es verdad que el genial narrador de Buenos Aires dijo también, en otras oportunidades, que Almafuerte había sido un poeta de valor.
Otro ilustre pensador de la aristocracia bonaerense opina que los versos de Almafuerte son 'puerilidades aprendidas en divulgadores filosóficos y en rehabilitaciones primarias del proletariado'.
Pero Almafuerte es, sencillamente, un poeta popular influenciado por el modernismo. Como Vargas Vila, odiaba la hipocresía, y como Rubén Darío, amaba las acciones y los escenarios heroicos. Nació en 1854 en San Justo, provincia de Buenos Aires, y se crió entre gauchos de la pampa. Se educó por sí mismo. Amó con fraternal solidaridad al inmigrante italiano, al peón de estancia, al pobre humillado y ofendido. Y por eso, los Doctores de la Ley no lo quieren.
Aquí va para ustedes uno de sus sonetos, hecho con rabia y con sed de justicia.
No te sientas vencido, ni aun vencido;
No te sientas esclavo, ni aun esclavo;
trémulo de pavor, piénsate bravo
y arremete feroz, ya malherido.
Ten el tesón del clavo enmohecido,
que, ya mísero y ruin, vuelve a ser clavo;
no la cobarde intrepidez del pavo
que amaina su plumaje al primer ruido.
Procede como Dios que nunca llora,
o como Lucifer que nunca reza,
o como el robledal cuya grandeza
necesita del agua y no la implora.
¡Que apostrofe, que muerda, vengadora
ya rodando en el polvo, tu cabeza!