La violencia en Colombia (IV)


En esta cuarta (y última) parte he intentado esbozar algunos de los elementos que caracterizan la violencia colombiana de nuestros días. No ignoro que son muchos los aspectos que deberían tratarse con más detenimiento y que muchas de mis opiniones son discutibles, por decir lo menos. Me parece oportuno reiterar ahora, por lo tanto, mi esperanza de que este trabajo estimule una discusión abierta, franca, fraternal y constructiva.



Las mafias

Este capítulo debería llamarse "la época del Frente Nacional", pero el título de "Las mafias" le viene mejor. Fue precisamente por estos años que comenzaron a actuar las primeras mafias organizadas: las de los esmeralderos. Colombia es el segundo productor de esmeraldas del mundo. En torno a los basureros de las minas, bajo control del ejército, comenzó la actividad de robos en gran escala. pronto hubo más delitos, más dólares y más violencia en las regiones esmeralderas. Políticos corruptos compraban y vendían cargos de auditores en las minas, para negociar con las mafias y favorecer el comercio clandestino. Más violencia. Más arbitrariedad. Más corrupción.

La otra mafia fue la de la política. Después de siglo y medio de guerras civiles, el partido liberal y el conservador se pusieron de acuerdo para alternarse en el poder durante 16 años, manteniendo la paz por arriba para impedir que el pueblo hiciera su propia guerra. De esta época data la "Guerra Sucia" en Colombia, pues fue preciso comenzar a matar, hacer desaparecer, intimidar e eliminar por diferentes medios a dirigentes estudiantiles, sindicales, campesinos, políticos de oposición, etc.

El Frente Nacional gobernó casi ininterrumpidamente con Estado de Sitio, y los gobiernos que le han sucedido lo siguen haciendo. La represión, con los años, se ha convertido en una rutina implacable. En un país donde la pena de muerte no existe, los allanamientos practicados por las fuerzas de policía y del ejército siempre terminan con el mismo saldo: familias enteras son exterminadas y luego se pone el rótulo de "guerrillero" a cada muerto, incluyendo a los bebés. A partir del Frente Nacional, el estado colombiano se erige como un Estado Terrorista, independientemente de la buena o mala voluntad del presidente de turno.

Al amparo de estas políticas represivas nacieron las mafias de la marihuana, primero, y de la cocaína, más tarde. Son, originalmente capitales de políticos regionales que se invierten en este negocio, con la anuencia o la complacencia del poder central. Cuando estas mafias comienzan a desarrollar sus propias violencias, y especialmente cuando entran en conflictos con los Estados Unidos, entonces los grandes políticos liberales y conservadores reaccionan e intentan reprimir estas actividades. Pero ya es tarde. Desde 1958 han recibido regalos, dineros, caballos de carreras, automóviles, invitaciones y zalamerías de los peores mafiosos del país. Comparten con ellos acciones en las grandes empresas. Reciben sus contribuciones en las campañas electorales. En muchas regiones del país, dependen por entero de las mafias. El círculo se ha cerrado.

Las mafias han desarrollado y "modernizado" la escuela tradicional de la violencia en Colombia. Además de los métodos de tortura y exterminio que los partidos tradicionales perfeccionaron durante casi dos siglos de guerras civiles y asonadas anticonstitucionales, las mafias han introducido los atentados en gran escala, los asesinatos sistemáticos de jueces y periodistas, los descuartizamientos con sierra mecánica y otros avances técnicos similares.

La expansión de la actividad mafiosa no solamente ha significado una ampliación de los territorios de la violencia en Colombia en las cuatro últimas décadas del siglo. Además, y esto es lo más grave, ha significado una descomposición general de la sociedad colombiana. Los dineros de la mafia, sus métodos y su política de corrupción han penetrado en las instituciones, en los partidos políticos, en todos los estamentos sociales, en las fuerzas militares y policiales e incluso en los movimientos llamados "revolucionarios", como mencionaré más adelante.

Las mafias han sabido aprovechar en su beneficio el tradicional "clientelismo" de la política colombiana. Se han apoderado de puntos claves en la estructura gamonalista y caciquista de los partidos políticos. Han logrado intimidar, neutralizar, corromper, sobornar o simplemente convertir en socios de sus fechorías a magistrados, ministros, mandatarios, jefes civiles y militares.

Una parte importante del país ha respondido a este desafío con valor y coraje civil. La respuesta de las fuerzas de la corrupción ha sido implacable: centenares de jueces, periodistas, políticos honestos, han sido asesinados brutalmente. Debe constatarse que a pesar de esto, muchos colombianos continúan sosteniendo con dignidad y valor sus posiciones en contra de la corrupción, el clientelismo político y la penetración de las mafias en las instituciones del país.


La era de las guerrillas

Durante el Frente Nacional nacieron también las guerrillas revolucionarias. El impacto de la Revolución Cubana, el sacudimiento de la polémica chino-soviética, el auge de los movimientos africanos de liberación nacional, todo ello influyó para el desarrollo de diversos grupos guerrilleros de diferentes tendencias y orientaciones. De esa variedad de grupos se mantienen hoy en actividad las FARC, ya mencionadas, el ELN (Ejército de Liberación Nacional), un sector del maoísmo y otros grupos muy pequeños. Han participado en la "Coordinadora Nacional Guerrillera Simón Bolívar", aunque la intensa actividad de las FARC en los últimos años ha dejado un poco atrás a los otros grupos. Las FARC crecen, se expanden y multiplican sus acciones.

El endurecimiento y la expansión de la confrontación militar en el país ha conducido, en los últimos dos decenios, a un empeoramiento muy notable de las condiciones de vida de la población civil. De hecho, algunos sectores guerrilleros y ciertas fuerzas paramilitares han acuñado el concepto macabro de que "no existe población civil" y sobre la base de que "todos estamos metidos en esta guerra" se ejecutan masacres horrendas contra campesinos desarmados, incluyendo ancianos, mujeres y niños. Acosada por la presión del ejército regular, de las guerrillas y de los paramilitares, la población civil busca refugio en nuevos territorios (se "desplaza") y hasta allí llegan también toda clase de parásitos y criminales (desde leguleyos sin escrúpulos hasta chantajistas y ladrones vulgares) que se aprovechan de todas las formas posibles de la tragedia de los desplazados y los despojan de sus últimos recursos.

Ha sido precisamente esta evolución dolorosa del trato a que se somete en Colombia a la población desarmada, no combatiente, pacífica, lo que ha puesto en descubierto la escandalosa descomposición ideológica y moral de las guerrillas llamadas "revolucionarias". Fuerzas que un día nacieron para cambiar la suerte oprobiosa del pueblo de Colombia y para garantizar el establecimiento de una sociedad más justa, se han convertido en verdaderos ejércitos de matarifes, que no vacilan en sacrificar campesinos y trabajadores inermes, niños y ancianos, sin más objeto que hacer alardes criminales de fuerza en el sangriento escenario de la política nacional.

Ya en la década de los setenta habían comenzado a evidenciarse ciertas tendencias en esa dirección, en el interior de algunos grupos guerrilleros. Algunas de esas organizaciones realizaban ejecuciones sumarias (asesinatos) de sus propios cuadros políticos que caían en desgracia o eran considerados "traidores" por otros jefes o fracciones rivales. Así fueron asesinados ex-guerrilleros, dirigentes sindicales, campesinos, estudiantes y abogados en plena calle, a las puertas de un comité cívico o a la entrada de sus domicilios. Pocos fueron los que se atrevieron, en aquel período, a condenar abiertamente esta sucia política de "ajustes de cuentas", ajena por completo a cualquier moral.

El incremento desmesurado de las operaciones de secuestros para financiar los gastos de la "revolución" condujo a otro proceso de descomposición moral e ideológica. En ciertas organizaciones se ascendía de rango según la cantidad de millones que se produjeran, por la vía de secuestros o de otras operaciones "económicas". Poco a poco, la estrategia de poder iba dando paso a la estrategia del billete: ya no importaba decidir cuánto dinero se necesitaba para sostener una escuela o defender un espacio político. Lo que importaba era conseguir dinero, mucho dinero y mucho más dinero.

Paralelamente con este proceso de descomposición política, las guerrillas activas del país han ido multiplicando sus nexos y vínculos con otros actores de la tragedia nacional: con las mafias, a través de compartir territorios y un campesinado que depende en parte de la economía del narcotráfico y en parte de las fuerzas militares de la guerrilla, cuando no tiene que sufrir la horrible crueldad de los paramilitares y la arrogancia brutal del ejército nacional; con las pandillas profesionales de secuestradores, que capturan sus víctimas en las ciudades o en regiones suburbanas y luego las transfieren o "negocian" con fuerzas organizadas capaces de soportar una larga negociación con los familiares del secuestrado; con ciertas empresas extranjeras, que pagan gustosas un "boleteo" a la guerrilla porque pueden falsificar sus facturas y eludir el pago de impuestos en sus países de origen (conocemos algún "revolucionario exiliado" que recibe estipendio mensual de organizaciones empresariales que tienen inversiones en Colombia).

Todo esto, y mucho más, conduce a una situación verdaderamente paradójica en las zonas de violencia en Colombia: la guerrilla crece en fuerza militar, en eficacia operativa, en recursos económicos, en capacidad de combate, pero cada vez tiene menos apoyo, menos simpatía y menos colaboración activa de la población civil. Esta población civil se mueve cada vez más de una manera acomodaticia: colabora con quien esté ocupando el territorio transitoriamente, pero solamente porque necesita salvar el pellejo. La violencia colombiana se ha convertido en una violencia sin causa.


El M-19

Yo quisiera hablar aquí, muy brevemente, sobre la experiencia de uno de esos grupos guerrilleros, que conozco mejor por haber sido parte de su Dirección Nacional: el Movimiento 19 de abril, M-19. Fundamos esa organización dentro de la ANAPO, movimiento populista del ex-dictador Rojas Pinilla, aunque muy pocos de nosotros éramos anapistas. En realidad, la inmensa mayoría de los fundadores del M-19 éramos marxistas y procedíamos de diferentes organizaciones. El líder máximo, Jaime Bateman, venía del Partido Comunista colombiano, así como Iván Marino Ospina, Carlos Pizarro y Alvaro Fayad. Otros procedían del EPL, maoísta. Había uno o dos ex-trotskistas. Yo venía del Partido Socialista chileno y era, por aquel entonces, entusiasta seguidor de su secretario general, Carlos Altamirano (considerado "ultra" por sus propios correligionarios). Digo todo esto para que se comprenda que nuestra organización dentro de la ANAPO estaba condenada de antemano a ser considerada un "cuerpo extraño". En efecto, pronto fuimos expulsados del movimiento anapista.

Nos unían tres cosas:

  1. La creencia de que podríamos radicalizar a las masas populares de la ANAPO y ganarlas para una política revolucionaria.

  2. La decisión de no enredarnos en disputas teóricas o relativas a la famosa polémica internacional (China, Unión Soviética, Albania, etc.), mientras no fuéramos capaces de cambiar el destino del país.

  3. La fe absoluta que teníamos en la honradez y la capacidad de dirección de Bateman, cuyo magnetismo personal era extraordinario.

Nuestro programa inicial consistía en impulsar la política de masas, la construcción de un amplio Frente de Liberación Nacional con las demás fuerzas políticas de la izquierda, el impulso a la unidad revolucionaria en todas sus manifestaciones y la preparación metódica de la guerra popular. La guerrilla era, para nosotros, apenas un detonante, un mecanismo de encendido de la revolución popular. Hicimos "propaganda armada" para ganar simpatías, pero siempre decíamos que las simpatías nada significaban si no se convertían en fuerza organizada a través de las organizaciones del pueblo.

Cometimos, sin embargo, errores tremendos. El más grave de ellos fue (y esta es una opinión exclusivamente mía, que no compromete a ningún otro miembro ni colectivo del M-19) que la organización fue cayendo en un militarismo cada vez más acentuado. Todo se volvió tarea militar. Lo único que valía algo era lo que se hacía "con los fierros". Se comenzó a despreciar abiertamente la teoría política, la educación ideológica, el trabajo de masas. Se sacó a dirigentes sindicales de su organización para que participaran en acciones militares. Se desmanteló la ANAPO SOCIALISTA, en donde participaban miles de trabajadores y campesinos que nada tenían que ver con la lucha armada, porque se consideró que esa gente pretendía tener "su" partido y esto era un peligro para "nuestra" organización. Se cayó en el triunfalismo militar. Se hizo un túnel de 80 metros para quitarle al ejército 8.000 fusiles, cuando no teníamos más de 2.000 militantes en disposición de manejar armas. Se dio un golpe tan fuerte al ejército que no tuvimos la fuerza para soportar el impacto del contragolpe. Y durante más de cinco años nos negamos a hacer la autocrítica sobre esto.

El resultado no podía ser otro que nuestra decadencia y debilidad. Nos encontramos al final del camino, derrotados por nuestro propio triunfalismo. Los líderes del movimiento tuvieron que tomar la penosa decisión de negociar la paz (por aquel entonces yo ya había dejado la organización, a causa de lo que acabo de exponer). Y esas negociaciones de paz concluyeron en que el M-19 entregó las armas casi a la fuerza, porque el gobierno de la República de Colombia no estaba muy interesado en firmar pacto alguno. Solamente la presión internacional, la presencia de la Socialdemocracia y del ex canciller Willy Brandt pudo obligar al gobierno colombiano a recibir unas armas que el M-19 ya no estaba en condiciones de manejar correctamente.

La experiencia del M-19 ha sido lamentable. Aunque se logró una nueva constitución para el país, ella no se ha implementado con eficacia. Muchos soldados guerrilleros han quedado abandonados a su suerte. Unos cuantos jefes se han quedado con los dineros de la organización, sin rendirle cuentas a nadie. Los que se acogieron a la amnistía y han ocupado cargos públicos, están su inmensa mayoría corruptos por las prebendas del poder. La gestión parlamentaria del M-19 ha sido vergonzosa. En lo personal, debo decir que yo no firmé paz alguna, que preferí el exilio a la posibilidad de una candidatura parlamentaria y que aquí estoy, sin más recursos que mi propio trabajo y sin aceptarle prebendas a nadie. Sigo creyendo que es justo luchar por el socialismo y sigo creyendo que esta lucha debe hacerse sin violar los derechos humanos.


Las bases de la violencia

He mencionado la experiencia del M-19 porque hay personas bien intencionadas que suponen que es posible algo parecido con los otros grupos guerrilleros. No, yo no creo que sea posible esta paz con las FARC, ni con el ELN. Visto desde el punto de vista de la lógica más fría, no puedo ver por qué razón las FARC estarían dispuestas a firmar la paz, cuando no están derrotadas, ni en crisis, ni tienen problemas internos de magnitud. Independientemente de lo que se pueda opinar a favor o en contra de ellos, es preciso razonar fríamente al calcular las posibilidades de negociar la paz. Si ellos tienen un programa político (no hablo aquí de una plataforma electoral, sino de una estrategia de acción política), un plan, una estrategia de poder, todas sus grandes ofensivas militares de los últimos años indicarían que lo están cumpliendo. Si no lo tienen, si son solamente super-bandoleros modernos, esas mismas ofensivas indicarían que ellos se encuentran en un momento favorable, ascendente y por lo tanto, sin el menor interés por una solución pacífica del conflicto.

Desde el punto de vista del gobierno, el ejército y los paramilitares, tampoco parece haber mucho interés por la paz. Debe tenerse en cuenta que la violencia es un buen negocio para muchos sectores y fuerzas, incluidas las grandes empresas extranjeras que invierten en Colombia. Los aumentos de costos con motivo de las fuertes medidas de seguridad y del "impuesto revolucionario" que deben pagar a las guerrillas se compensan con creces con dobles facturaciones, falsas declaraciones de impuestos y mantenimiento de bajos salarios, aunque para ello haya que asesinar a los dirigentes del sindicato local. Los paramilitares ganan enormes sumas con sus masacres, desplazando a la fuerza poblaciones enteras y concentrando la propiedad de la tierra. A esto hay que agregar la violencia del narcotráfico y la de los agentes nacionales y extranjeros que luchan contra las mafias en tierra colombiana. Hay, en suma, demasiados actores interesados en la perpetuación de la violencia como para que se pueda creer en una paz a corto plazo.


¿Hay salida para Colombia?

Pienso que en lugar de hacerse la pregunta hay que trabajar por construir una salida justa para el pueblo colombiano. La paz no es posible con injusticias sociales. Pero esto no puede significar que se acepta la violencia sin chistar. Mientras haya violencia, habrá que trabajar para que esta violencia se regularice según las normas del derecho humanitario, protegiendo a la población civil, a los no combatientes, a los niños y los ancianos.

Toda violación de los Derechos Humanos se vuelve implacablemente contra quien la comete. Quien viola los Derechos Humanos pierde autoridad moral y además termina perdiendo toda la guerra, como se vio claramente en Vietnam. Si la paz no es posible con injusticias sociales, la guerra revolucionaria tampoco es posible si se traicionan los principios.

Tampoco es posible, como se demostró claramente a comienzos de la década de 1960 con la sangrienta experiencia del MOEC (Movimiento de Obreros, Estudiantes y Campesinos), hacer ninguna revolución social en alianza con pájaros, criminales, asesinos y masacradores. Los elementos revolucionarios del MOEC creían que se podía rehabilitar a los bandoleros surgidos de la época de la Violencia (1948-54) e hicieron alianzas con ellos para hacer la "revolución social colombiana". El resultado es conocido: los elementos sanos del MOEC fueron asesinados cruelmente por sus "hermanos" bandoleros.

Construir una salida para Colombia pasa necesariamente, en mi opinión, por construir un amplio frente político que ponga en movimiento a las masas populares de Colombia. Mientras este amplio frente, generoso, unitario, solidario y disciplinado, no exista, no será posible a ninguna fuerza militar, por poderosa y fuerte que sea, hacerse cargo del poder y construir una nueva sociedad.

Carlos Vidales
Estocolmo, 1997.