Memorias de un burro
III- Luces y sombras de los señores indígenas
(Donde se describen las características específicamente humanas de los señores indígenas, sus amadas esposas y sus encantadores hijitos, para mayor satisfacción y autocomplacencia de los señores burros)
Ya sé lo que vuestras mercedes se han imaginado: "Este burro idiota se va a venir ahora con el cuento de que los indios eran unos angelitos inocentes. La vez pasada nos rebuznó una cantidad de horrores sobre los heroicos conquistadores y ahora nos va a rezar la letanía sobre la santa inocencia de los pobrecitos indígenas. Burro imbécil."
Me da mucho gusto dejar a vuestras mercedes con un palmo de narices. A ningún burro se le ocurriría la insensatez de sostener que hay humanos santos e inocentes. Los burros sabemos mejor que nadie cómo es el alma de la variedad de gorilas que se autodenomina "humanidad". Los burros fuimos testigos del primer asesinato de la historia humana, cuando Caín mató a su hermanito Abel. Y es del caso recordar que lo mató con la mandíbula del santo burro Rebuznel, al cual había matado previamente para usar sus huesos como arma homicida. Los burros sabemos que vuestras mercedes son toditos, sin excepción, descendientes de Caín, porque Abel murió soltero y virgen. Los burros hemos sido apaleados, maltratados, despreciados, calumniados, explotados sin misericordia y oprimidos implacablemente por los seres humanos de todas las razas y culturas, porque vuestras mercedes llevan en el alma esa característica, específicamente humana, de despreciar y calumniar al pobre trabajador. Si lo hacen con los propios hermanos de su especie, locura sería que no lo hicieran con los animalitos inocentes. Aunque, en honor a la justicia, hay que mencionar aquí la excepción de la regla, y es mi buen amigo Francisco de Asís, hombre sencillo y bueno que siempre me llamaba, como debe ser, con el título que merezco: "Señor hermano burro".
Los gorilas humanos han tenido en la historia dos clases de sociedades:
Lo que vuestras mercedes ahora llaman "sociedades primitivas", y que nosotros los animales llamamos sociedades naturales. La característica fundamental de estas colectividades consiste en que tanto los individuos como el grupo producen estrictamente lo que van a consumir durante su ciclo natural. No hay acumulación ni excedentes. No hay "economía de mercado" ni tampoco "mercado de trabajo". La naturaleza tiene tiempo de reparar las heridas que le produce el grupo social, y nuevas generaciones pueden venir a continuar el ciclo de la vida.
La otra clase es lo que vuestras mercedes llaman "sociedades civilizadas", y que nosotros los animales llamamos sociedades corruptas. Su característica fundamental es que tanto los individuos como el grupo social persiguen objetivos inventados por ellos mismos, a los cuales les dan la primera prioridad: riqueza, poder, fama, gloria, grandeza, honores, premios, status, jerarquía, superioridad, y otras idioteces por el estilo. Para conseguir todo eso hay que producir mucho más de lo que se puede consumir, a un ritmo mucho mayor de lo que la naturaleza puede soportar. Hay que destruir el valle, el río, el aire, el bosque. Hay que hacer la guerra y quitarle a todos los demás lo que la naturaleza les ha dado. Hay que esclavizar a los animales y a los otros semejantes. Hay que dividir la propia especie en razas superiores y razas inferiores. Hay que inventar la filosofía, para justificar lo que sea, y para esconder las respuestas sencillas y evidentes detrás de preguntas complicadas. En suma, hay que volverse humano.
Los indígenas americanos tenían exactamente los mismos problemas que el resto de la humanidad. Entre esos pueblos había sociedades naturales, en los bosques y las selvas, en las bellas islas del Caribe, gentes que vivían en la santidad inocente de quienes carecen de ambiciones desmedidas. Vivían su día, su año y su semana, en armonía con la naturaleza y sin pretender más derechos que el pez, el pájaro o la serpiente. Pero también había sociedades corruptas, enormes, masificadas, con reyes imponentes y crueles, con guerreros sanguinarios y explotadores infames. Esas sociedades eran máquinas de triturar trabajadores, fastuosas pirámides humanas en cuyas cúspides gozaba una reducida élite de parásitos los frutos del trabajo de una inmensa masa de miserables despreciados y empequeñecidos por el hambre y la humillación. Vuestras mercedes han llamado a esas sociedades "las grandes civilizaciones americanas", y les han dedicado los mejores libros de historia, la más sincera admiración y una abierta simpatía. Por algo será.
En los primeros diez años de la conquista desapareció por completo la población indígena inocente, natural, de las Antillas. Sólo sobrevivieron las tribus feroces, los grupos más "civilizados", es decir los que sabían hacer la guerra, explotar el trabajo ajeno y comerse a los miembros de su propia especie. Por algo será.
Los señores aztecas hacían sacrificios humanos en masa. Habían ocupado el Valle Central de México, uno de los paraísos más bellos del planeta, con agua, frutos y animales en cantidad suficiente para dar de comer a media humanidad. Allí, por las favorables condiciones de supervivencia, se había multiplicado la vida en todas sus formas. Los señores aztecas organizaron su capital en el centro del lago Texcoco, para quedar fuera del alcance de sus víctimas y enemigos, y se dedicaron a la "Guerra Florida", que consistía en expediciones militares para capturar millares de prisioneros que serían sacrificados a los dioses horrendos del Imperio. Los sacerdotes cubrían su cuerpo con el pellejo de las víctimas. La medicina alcanzó cumbres gloriosas de virtuosismo en el campo de la disección anatómica. Al pobre infeliz que le tocaba morir para mayor honra de los aztecas, le arrancaban el corazón y se lo sacaban a través de una incisión que apenas daba cabida a los dedos del cirujano. Muy admirable.
Vuestras mercedes no deben horrorizarse demasiado con estas cosas. Los sacrificios humanos son hoy más frecuentes que en la época de los aztecas y los rituales son más horribles: bombardeos, decapitaciones masivas, minas que les arrancan las piernas a los niños, etcétera. Por lo menos a los aztecas se les puede comprender un poquito, porque ellos estaban convencidos de que el universo estaba llegando a su fin y se necesitaba aplacar a los dioses para garantizar el advenimiento de un nuevo universo, más justo y más humano. En cambio ahora, lo que vuestras mercedes hacen en Ruanda, en Bosnia, en Chechenia, en Afganistán y en Colombia, es con el propósito explícito y confeso de aniquilar al "otro", es decir, de quitarle al prójimo toda posibilidad de gozar cualquier universo: el viejo y el que pueda venir después de tantas infamias. ¿No les da un poquito de vergüenza?
Antes que los aztecas, los mayas habían hecho primores parecidos de civilización. Sus culturas (que fueron varias) desaparecieron porque se destrozaron las unas a las otras en la más imbécil de todas las invenciones humanas: la guerra.
En las costas del Perú, la naturaleza había creado otro paraíso. La corriente de Humboldt produce ahí un sistema ecológico que permite la más fabulosa proliferación de la vida marina, prácticamente al alcance de la mano. Durante milenios ha habido allí abundante pesca, pájaros en cantidades paradisíacas, y un clima que permite vivir prácticamente desnudo, porque los fríos no son rigurosos y no llueve casi nunca. Esto generó las condiciones para que una gran cantidad de culturas humanas se asentaran allí, y a punta de incesantes masacres, guerras, cacería de esclavos, sacrificios y otros horrores, destrozaran en unos cuantos siglos su propio basamento ecológico. Cuando los incas llegaron, en son de conquista, a fines del siglo 14, la mayoría de esas culturas languidecía en la decadencia, el hambre y las enfermedades.
Los incas trataron de conciliar el orden de la "civilización" con el de la naturaleza. Basaron su producción en la planificación colectiva del trabajo, eliminaron casi totalmente la esclavitud, levantaron dioses naturales, como la Madre Tierra o Pacha Mama, generosa y tierna, o como la energía creadora de todo el universo, el Pacha Cámac. Pero su sociedad tenía una élite privilegiada, sus gobernantes eran hereditarios y se aseguraban la exclusividad dinástica casándose como los faraones de Egipto, hermano con hermana. Eran por eso, con frecuencia, degenerados y enfermos, locos místicos como Pacha Kútek ("El que transforma todo"), o hemofílicos como Yáwar Wájac ("El que llora sangre"). Eran, sobre todo, arrogantes, imperiales, opresores de otros pueblos a los que pretendían "civilizar" por la fuerza.
Fueron esas "grandes civilizaciones", precisamente, las que abrieron las puertas a los conquistadores que llegaban desde el otro lado del océano, a robar y matar. Los aztecas habían conseguido que todos sus vecinos se levantaran contra ellos, desesperados por la horrible opresión imperial. Hernán Cortés consiguió así una enorme cantidad de aliados indígenas, con los que pudo despedazar a los aztecas y apoderarse de su capital.
Los Incas estaban en guerra civil, y uno de los príncipes herederos, señor del Cuzco, había hecho asesinar al otro, que reinaba en Quito, para concentrar todo el imperio en sus manos. Francisco Pizarro y su partida de bandoleros tuvieron así ayuda de muchos caciques y jefes que querían luchar contra Atahualpa. Por eso fue posible que ciento cincuenta soldados de Pizarro tomaran el Cuzco, una ciudad que tenía medio millón de habitantes.
En lo que hoy es Colombia, la situación no era mejor: la "gran civilización" de los chibchas era una sociedad sacudida por terribles guerras civiles, traiciones e intrigas palaciegas. En los valles del Cauca y del Magdalena proliferaban cientos de pueblos guerreros que vivían asesinándose los unos a los otros. Algunos de ellos tenían corrales donde encerraban a los prisioneros y los engordaban como cerdos para luego comérselos bien saladitos con sal de Zipaquirá. Después de la llegada de los conquistadores se civilizaron un poquito, y agregaron los condimentos del Asia a sus recetas de cocina. Esa costumbre de comerse los unos a los otros se ha trasladado, con los siglos, de la cocina al salón de debates. Por eso en Colombia hoy no se hace debate político, sino canibalismo político.
Por todas partes, en toda la extensión del continente, los invasores europeos fueron asediados por miles de colaboradores voluntarios que les querían ayudar a destruir a los caciques, reyezuelos y emperadores nativos. A los señores hispanistas les gusta mucho hablar del heroísmo de los conquistadores, que despedazaron ejércitos, sociedades e imperios inmensamente superiores en número. Lamento mucho desengañarlos. El mérito fundamental de la conquista pertenece a los indígenas americanos. Fueron ellos los que destruyeron a sus propios opresores, sin darse cuenta de que estaban ayudando a edificar un nuevo sistema de opresión.
Vuestras mercedes me dirán que todo esto que yo digo son rebuznos. ¿Y qué querían, ladridos? ¿Maullidos? ¿Cacareos? ¿Cuándo han visto a un burro decir otra cosa distinta que rebuznos? Vuestras mercedes me dirán que los señores aztecas hicieron el calendario más exacto de la historia, y que sus obras de arquitectura son maravillosas. Yo, como burro que soy, les digo que gastarse el tiempo inventando un sistema para medir el tiempo es una tontería, porque el tiempo es para vivirlo y gozarlo mientras uno puede, y no para derrocharlo con mediciones inútiles.
Vuestras mercedes me dirán que la medicina de los Incas era superior a la de los españoles, porque los Incas hacían trepanaciones de cráneo para curar las heridas de guerra. Yo les contesto que es estúpido hacer la guerra, romperle la cabeza al prójimo y luego inventarse métodos para arreglar la cabeza rota del prójimo. Los burros no necesitamos cirujanos porque no hacemos la guerra contra otros animales y mucho menos la hacemos contra nosotros mismos.
Dirán vuestras mercedes que el palacio del Inca, en el Cuzco, es una obra admirable por el perfecto trabajo de la piedra, la exactitud de las medidas, la armonía de las formas y la funcionalidad de los espacios. Muy bien. Será admirable por todo eso. Pero no es admirable por el sistema de jerarquías y discriminaciones sociales que consagra, con sus aposentos estrechos para la servidumbre, sus recintos para las mujeres dedicadas al servicio del Inca y otras alas del palacio que tienen una estructura típica de cárcel. Las arquitecturas más maravillosas del mundo valen cero si son construidas para oprimir a los demás.
En fin, dirán vuestras mercedes que mi historia es burrocéntrica y que yo escribo desde una perspectiva que niega toda civilización humana. Por lo menos, eso es lo que me ha dicho don Carlos Vidales, quien me presta su ordenador por pura tolerancia, ya que él es fiel defensor de la libertad de rebuzno. Yo digo a don Carlos y a vuestras mercedes que sería tonto negar las civilizaciones humanas. Ellas existen, aunque no nos gusten. Y ellas han creado, junto con tantas miserias y sufrimientos, muchas cosas buenas, como por ejemplo la posibilidad de comunicarse con otros. Yo tengo la esperanza de que, en el futuro, esta comunicación haga innecesarias las guerras.
Pero hay que hacer algunas aclaraciones. Siempre que se habla con humanos hay que estar haciendo aclaraciones. En primer lugar, no digo que vuestras mercedes sean todos una partida de malvados. Digo que los seres humanos tienen la particularidad de hacer tanto lo bueno como lo malo, y que no es posible por eso, contar la historia de la humanidad como una lucha entre "los buenos" y "los malos". Mi gran amigo Nicolás Maquiavelo, con quien tuve oportunidad de discutir este punto de manera extensa y prolija, estuvo de acuerdo conmigo en la siguiente formulación: "No existe ningún ser humano que sea completamente malo, y tampoco existe ningún ser humano que sea completamente bueno". Esto vale para la conquista de América. No es que los indios fueran "buenos" y los conquistadores fueran "malos". No. Lo que hace la conquista injusta es que los indios estaban en su casa y los conquistadores eran intrusos que venían a apoderarse de lo que no les pertenecía.
En segundo lugar, y en relación directa con lo anterior, hay que decir que el hecho de que algunos pueblos fueran guerreros, masacradores y caníbales no justifica que otros vinieran a conquistarlos y masacrarlos. El hecho de que Atahualpa fuera un traidor, asesino de su propio hermano, no justifica que Pizarro lo traicionara y asesinara. Un asesinato es un asesinato, no importa cuán malvada sea la víctima.
En mi próxima nota les voy a rebuznar algo sobre los españoles que llegaron después de los conquistadores. De ellos no habla mucho la historia, tal vez porque se trataba de personas más humildes y decentes: labradores, carpinteros, barberos, artesanos, peones, mineros, cargadores, albañiles y herreros. Ellos fundaron la nueva sociedad, e iniciaron el proceso del mestizaje que habría de producir una nueva población americana. No les gustaba la guerra sino la paz y el trabajo, y por eso los historiadores no se interesan por ellos. Pero a mí sí me interesan, porque ellos eran trabajadores, colegas míos.
Tengan vuestras mercedes un día inocente y natural.
Pantxo de Vizcaya, el Orejón