Simón Bolívar en imágenes |
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Introducción
Los retratos del Libertador abundan. Su figura se repite en innumerables
variantes en libros, revistas, documentos oficiales y enciclopedias. Se podría
pensar que el esfuerzo de publicar una serie de retratos de Bolívar es superfluo
e innecesario. Sin embargo, hay razones de peso que justifican esta tarea.
Desde que se apagó el odio contra el Libertador y se inició la fabricación del
culto oficial a su memoria (1842), los habitantes de los países bolivarianos nos
hemos ido acostumbrando a una imagen fabricada a posteriori
por artistas y dibujantes que no conocieron personalmente a su modelo y que, a
lo largo de sucesivos retoques acentuados por siglo y medio de maquillaje
histórico, han suavizado las facciones y amansado la actitud. El Genio
de la Guerra, el Hombre de las Dificultades,
como él mismo se llamó, se nos presenta sentado en su despacho de estadista,
con la actitud de quien medita, apagados los ojos, en los arduos problemas de la
administración. El resultado es una no-verdad histórica y una incongruencia
sicológica: el propio Bolívar confesaba que los despachos y oficinas eran para
él una tortura insoportable. Sus ojos, además, fueron siempre dos brasas
vivísimas, ardientes e inquietas, como unánimemente lo han testimoniado quienes
le conocieron.
Otra de las representaciones oficiales en boga nos muestra un Jefe de Estado
más preocupado por cruzar la capa oscura sobre el pecho que por mirar de frente
al pintor. El cuadro es sin duda llamativo y brillante, pero por desgracia no
nos sirve como documento histórico. Su utilidad, puramente política, consiste en
erigirse como símbolo eficaz en el proceso de las identificaciones con los
gustos y etiquetas del poder establecido. Ese Bolívar es más apto para adornar
los salones de las academias oficiales donde se cumplen los ritos solemnes del
culto patriótico y se renuevan periódicamente sus dogmas.
El pueblo raso, por su parte, tiene su propio culto patriótico. En las chozas
humildes, en los tugurios donde ya no queda casi más esperanza que la fe, o
simplemente en los muros de algún barrio miserable, se pueden ver hoy retratos
ingenuos con la figura de un Bolívar oscuro, casi mulato, enfundado en un
uniforme de colores brillantes y compartiendo con José Gregorio Hernández y la
Virgen María el lugar donde se viene a pedir milagros, a llorar desgracias y a
buscar consuelo. Sobre este culto me propongo, en un futuro cercano, escribir un
ensayo especial. Pero desde ya debe decirse que esta forma de adoración, al
menos, subraya implícitamente el hecho, ya constatado por Martí, de que Bolívar
tiene todavía mucho que hacer en Nuestra América.
El culto popular a Bolívar es, sin duda, conmovedor. En sus pinturas, dibujos y
piezas de cerámica, la gente sencilla expresa su íntimo deseo de que el Padre
Libertador sea idéntico a sus hijos irredentos, los pardos y mestizos y mulatos
y pobres de todos los colores. Mientras el culto oficial acentúa las diferencias
de clase y de casta, el culto popular las reduce, las borra, las elimina. El
Padre ya no es un padre simbólico: se convierte en un padre carnal. Los hijos se
reconocen en él, porque al representarlo le han otorgado sus propios atributos.
Dicho de otra manera, los hijos han transferido sus propios rasgos de identidad
al Héroe para poder identificarse en él, para hacer posible y verosímil el mito
de su paternidad.
Lo que me interesa en este ensayo, sin embargo, es el rescate de la figura
física de Bolívar como documento histórico. La vida de este hombre
extraordinario está documentada con abundancia de detalles. Hoy es posible
reconstruir, paso a paso, el proceso de su existencia en el contexto social y
político en que tuvo ocurrencia. Los sucesivos retratos que se hicieron de él a
lo largo de su vida, constituyen un auxiliar documental poderoso para
aproximarse al conocimiento de sus preocupaciones, sus estados de ánimo, sus
actitudes en tiempos de crisis o en momentos de triunfo y también, naturalmente,
las vicisitudes de su salud y el desarrollo de la enfermedad que lo llevó a la
tumba. El rostro de Bolívar, dibujado durante la dramática estadía en Haití en
1816, nos dice más acerca de lo que pasaba por su ánimo que muchos testimonios
escritos. Lo mismo puede decirse del retrato que se le hizo en Bucaramanga
mientras se realizaba la Convención de Ocaña, que marcó el comienzo del fin del
poder bolivariano (1828), o del dibujo a carboncillo que José María Espinosa
hizo en 1830, pocos meses antes de la muerte del Libertador, cuando éste se
hallaba en una depresión profunda y la tuberculosis hacía los estragos finales
en su cuerpo.
Es precisamente con el propósito de documentar con imágenes producidas en el
momento y en el lugar de los hechos, que me he impuesto el trabajo de reunir
aquí algunos de los retratos más significativos de Simón Bolívar.
Espero que esta iniciativa estimule a otros a fin de ir produciendo, con el
aporte de muchos, un acopio documental útil para la mejor comprensión de
nuestra historia.
Algunas imágenes han sido convertidas a blanco y negro para realzar o
dramatizar ciertos rasgos fisonómicos. Cuando ha sido posible, se ha incluido la
reproducción en colores también. He ordenado el material cronológicamente,
añadiendo comentarios e información para la mejor comprensión de las
circunstancias que se vivían cuando se realizó cada retrato. Naturalmente,
resulta imposible publicar todo el material en una sola entrega. El lector debe
ver este trabajo más bien como una colección que va creciendo, se va corrigiendo
y va aumentando en sucesivas entregas.
He utilizado las siguientes fuentes:
Boulton, Alfredo: El rostro de Bolívar, Fundación John Boulton,
Caracas, 1982. Contiene excelentes reproducciones de los retratos más conocidos
del Libertador, con abundantes notas aclaratorias. No se trata de una iconografía
completa, pero cumple con las exigencias más rigurosas del historiador:
el ordenamiento cronológico está hecho según la fecha en que se pintó la imagen,
no según la fecha del episodio que representa.
Boulton, Alfredo: Los retratos de Bolívar, 2a. ed. corregida y
aumentada, Editorial Arte, Caracas, 1964. Incluye extensas consideraciones
críticas acerca de la posible autenticidad o falsedad de los retratos reproducidos,
y abundante información histórica para la mejor comprensión del tema.
Uribe White, Enrique: Iconografía del Libertador, 2a. ed.,
Ediciones Lerner, Bogotá, 1983. Sin duda la obra más completa sobre
el tema. La calidad de las reproducciones dista de ser excelente. El
ordenamiento de las pinturas no es estrictamente cronológico por su factura.
Incluye imágenes hechas largo tiempo después de la muerte de Bolívar. El aparato
crítico es excelente. Las notas e indagaciones sobre el origen o la autenticidad
de algunos retratos hacen de este libro un instrumento imprescindible para el
historiador. (He consultado el ejemplar existente en la biblioteca de la
embajada de Colombia en Suecia, cuya gentil cooperación debo agradecer).
O'Leary, Daniel Florencio: Memorias del general O'Leary, 34 vols.,
edición facsimilar, Ministerio de Defensa de Venezuela, Caracas,
1981. Cada volumen incluye una reproducción en colores.
1799-1809 | 1810-1815 | 1816-1819 |
1820-1824 | 1825-1828 | 1829-1830 |