Prensa y literatura en Colombia
durante el primer siglo de periodismo
(1785-1900)


Carlos Vidales



Periodistas y literatos

La diferenciación entre «periodista» y «literato» es normal en Europa, porque el periodismo europeo nació más cerca de los pupitres de los banqueros que de los escritorios de los literatos. Los primeros boletines de información sobre variaciones de precios, cotizaciones de monedas y movimiento de acciones fueron embriones de los periódicos modernos. Sus «suplementos» fueron crónicas de viajes y de descubrimientos, más o menos fantásticas y con frecuencia mal escritas, pero útiles para despertar la codicia de inversionistas, aventureros, comerciantes y conquistadores. Los literatos consideraban esa actividad burguesa como un género sub-literario, algo así como un hijo bastardo de las buenas letras.

En nuestro período colonial —y esto vale para todas las colonias españolas en América— no tuvimos sistema bancario y los periódicos, a falta de otros padres, se vieron obligados a nacer de las plumas más o menos ilustradas de la intelectualidad criolla. Por eso, referirse al periodismo de esa región implica, obligatoriamente, aludir a los literatos y a la literatura. De hecho, casi todos nuestros grandes periodistas, publicistas y editores de periódicos tuvieron ante todo una vocación literaria. Y casi todas las obras literarias de valor producidas durante el primer siglo de la república vieron la luz en las páginas de los periódicos, en forma de entregas por capítulos, mucho antes de tener la fortuna de alcanzar el rango de libros. Este es el caso de Colombia.

Valgan ejemplos. Los escritos de Salvador Camacho Roldán (1827-1900) se publicaron casi todos en los periódicos que él mismo fundó: El Siglo (1849), La Reforma (1851), La Opinión (1863-66), La Paz y El Agricultor (1868-69) y La Unión (1861). Nacido a la política en las filas del Partido Radical, Rafael Núñez (1825-1894), autor de la letra del Himno Nacional y líder de la Regeneración (1886), fundó y dirigió La Democracia de Cartagena, colaboró en El Neogranadino, El Tiempo y La Opinión de Bogotá y publicó sus mejores artículos liberales a partir de 1878 en El Porvenir. Felipe Pérez (1836-1891), autor de novelas históricas y poemas líricos, fue redactor de El Tiempo en 1855 y director de El Relator desde 1877, publicando en esos medios buena parte de su producción.
Salvador
Camacho Roldán
(Foto: 1875)

Manuel Ancízar
(Foto: 1875)
El brillante Manuel Ancízar (1812-1882), federalista ilustrado, incansable buscador del ser nacional, introdujo en el país máquinas modernas y un equipo de impresores, dibujantes, pintores y litógrafos, recursos con los cuales se estableció la Imprenta de El Neogranadino (1848). Esta imprenta significó una verdadera revolución técnica al servicio del periodismo y de la literatura en Colombia. Por primera vez fue posible producir litografías de primera calidad, así como libros y folletos con encuadernaciones insuperables. La expresión más acabada de estas novedades fue El Neogranadino, periódico fundado y redactado por Ancízar, de gran belleza en su tipografía y diseño. En sus páginas publicó Ancízar su inolvidable Peregrinación de Alpha (1851-52) y muchas otras obras literarias de otros autores.

Rufino José Cuervo
(Foto: 1882)
En el campo conservador sobresalen los nombres de Julio Arboleda (1817-1862), poeta, periodista, caudillo y guerrero; José Eusebio Caro (1817-1853) y su hijo Miguel Antonio Caro (1843-1909), poetas, periodistas, oradores, políticos y gramáticos; el insigne gramático Rufino José Cuervo (1844-1911), autor de las admirables Anotaciones críticas sobre el lenguaje bogotano y del monumental Diccionario de construcción y régimen; el costumbrista, polemista e historiador José Manuel Groot (1800-1878); el poeta y cruzado del catolicismo José Joaquín Ortiz (1814-1892) y muchos otros intelectuales de la corriente tradicionalista que publicaron en la prensa periódica sus mejores páginas literarias y fueron fundadores, redactores y directores de periódicos.

Párrafo aparte merece Eugenio Díaz, creador de la primera novela de costumbres regionales en Colombia (Manuela, 1866). Todos sus relatos, novelas y cuadros de costumbres se publicaron en periódicos, particularmente en El Mosaico, revista fundada en 1855, en cuyas páginas aparecieron, además, las mejores obras del costumbrismo colombiano.

El gran poeta lírico y célebre novelista Jorge Isaacs (1837-1895), autor de María, comenzó su carrera política como conservador dirigiendo el periódico La República (1867), aunque pronto se hizo liberal y protagonizó hechos que comentaré más adelante.

Políticos, guerreros, literatos

El periodismo surgió tardíamente en el país. El primer periódico nació en Santafé de Bogotá en 1791, aunque hacía más de medio siglo que las imprentas funcionaban regularmente en el virreinato. De ellas salían novenas, sermones, reglamentos y ordenanzas, oraciones, noticias eclesiásticas y composiciones piadosas. Desde que la Inquisición desconfiaba de las novelas y miraba con ojos severos los libros de aventuras y caballerías, el espacio que los «reinosos» teníamos para lecturas literarias era muy reducido.

El contrabando de libros, muy intenso a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, dio a los criollos letrados un contacto intelectual con Europa y, después de 1781, con los Estados Unidos. Pero ese contacto fue parcial: lo que esos notables querían leer eran obras de carácter principalmente político, filosófico, jurídico y, al finalizar el siglo XVIII, científico. Los criollos ilustrados de esa época podían ser, como en efecto fueron, interlocutores de Bonpland o de Humboldt, pero eran de poco peso (salvando excepciones) en asuntos de literatura contemporánea.

El proceso de la independencia cambió esta situación. Muchos próceres que regresaron del destierro en Europa para participar en la lucha emancipadora llegaron con una visión más amplia de la vida intelectual europea. Los legionarios extranjeros que se enrolaron en el ejército libertador fueron activos difusores de obras literarias «de moda» en el viejo continente. La fiebre de europeización que dominó a toda la sociedad después de la independencia, fue factor poderoso para la existencia de tertulias y salones literarios según las pautas de París o de Londres.

Las guerras de independencia habían desarrollado el periodismo como un instrumento al servicio de las necesidades de información, organización, propaganda y movilización de los ejércitos patriotas. Al término de la contienda los periódicos fueron herramientas del debate político y como tales estuvieron al servicio de próceres civiles y militares, caudillos y caciques regionales, ligados todos ellos por múltiples lazos de camaradería, estirpe, amistad y compadrazgo con la élite intelectual del nuevo orden. El resultado fue que los literatos pudieron entregar al público lector sus obras a través de los periódicos que dirigían y editaban por cuenta de su caudillo o de su facción; y, además, que en las horripilantes carnicerías a las que se daba el nombre «guerras civiles», los caudillos militares respetaron, en general, la libertad de prensa y el derecho de opinión de periodistas y literatos. Era una libertad para guerreros, desde que los hombres de letras empuñaban también la espada y se convertían en jefes de facción, al mismo tiempo que los caudillos militares empuñaban la pluma y aprendían a fusilar a sus adversarios también con la palabra escrita.


Jorge Isaacs
(Foto: 1867)
Así, Jorge Isaacs combatió, con el grado de capitán, en la batalla de Los Chancos (1876), llegó a ser gobernador del Estado del Cauca gracias a sus méritos militares y más tarde, transformado en general rebelde a la cabeza de un ejército liberal, invadió el Estado de Antioquia, depuso al gobernador y se hizo cargo del gobierno. Acosado por las fuerzas constitucionales, superiores en número y armamento, se vio obligado a capitular, entregando las armas a cambio de un honroso retiro en Ibagué, donde fue nombrado Director de Instrucción Pública. Volvió a incursionar en la política, esta vez por las vías legales, ganando las elecciones para la representación de Antioquia ante el Congreso Nacional, pero su triunfo electoral le fue anulado a causa de sus anteriores aventuras revolucionarias. No obstante esto, el mismo régimen que le negaba el derecho de ejercer legalmente su condición de ciudadano, debió reconocer sus talentos y su honradez encargándole un trabajo de confianza en la comisión de exploración de los territorios de la Guajira.

José Eusebio Caro combatió contra los liberales en 1840 sin abandonar su poesía, que esgrimió unas veces para decir cosas bellas y otras veces para defender la esclavitud. Fue soldado, conspirador, polemista, fundador de periódicos, Director de Crédito Público, Ministro de Hacienda, violento enemigo del gobierno abolicionista de José Hilario López, desterrado y proscrito. Terminó sus días, víctima de las fiebres tropicales, cuando regresaba del destierro para reunirse con su familia. La figura de Caro, apasionada y trágica, encarna una tradición de ardiente e inflexible compromiso político de los jóvenes intelectuales colombianos de todas las tendencias, tradición que, por desgracia, ha hecho aún más duras las guerras civiles, más dolorosas las heridas de las luchas fratricidas y más difícil y arduo el camino de las reconciliaciones,
José Eusebio Caro
(Foto: 1860)

Julio Arboleda
(Daguerrotipo: 1858)
Julio Arboleda cosechó éxitos resonantes en el periodismo, las letras, la política y el campo de batalla. Escribió apasionados versos políticos, participó en varias guerras civiles, alcanzó el grado de general y fue jefe supremo del ejército conservador. Combatió con la pluma y con la espada en defensa de la esclavitud y fue figura central en la guerra civil de 1851, contra el gobierno de José Hilario López. En 1854, durante el alzamiento liberal-conservador contra el régimen de facto del general Melo, Arboleda fue uno de los generales más distinguidos por su valor, entusiasmo y habilidad militar. Hombre de asombrosa inteligencia, carácter altivo y arrogante, intransigente en política y temerario en el combate, llegó a ser designado Presidente de la República en 1862, pero no alcanzó a recibir la investidura porque una partida de liberales lo mató en una emboscada, en los cerros de Berruecos, a muy pocos metros del lugar en que fuera asesinado, en 1830, el mariscal Antonio José de Sucre.

La guerra que libró la alianza liberal-conservadora en 1854 contra la dictadura populista de José María Melo ofreció el espectáculo de batallones enteros de escritores, poetas y periodistas que alternaban la pluma con el fusil, lo cual no significa que Melo no contara también con intelectuales combatientes: Germán Gutiérrez de Piñeres y Joaquín Pablo Posada, excelentes poetas, fundadores y redactores del periódico picaresco-comunista El Alacrán (1849) estuvieron consecuentemente del lado del dictador y de las sociedades de artesanos que lo defendían.
Primer número de El Alacrán

El pacífico José Manuel Marroquín (1827-1908), ilustre filólogo, picaresco y costumbrista, no pudo participar por su avanzada edad en los combates de la Guerra de los Mil Días (1899-1902), pero dirigió desde las alturas, como presidente de la República, al ejército constitucional.

Estos ejemplos pueden dar una idea, acaso demasiado somera y esquemática, de las relaciones entre el periódico, el jefe político-militar, el periodista y el literato, en los años iniciales de la república. Pero tal vez sería preciso ofrecer una elemental perspectiva histórica sobre el desarrollo del periodismo colombiano y, con ello, también de la literatura. Por desgracia, las historias del periodismo en Colombia suelen ser simples enumeraciones de periódicos ordenadas cronológicamente. Colombia espera todavía al historiador del periodismo que continúe la labor iniciada por Gustavo Otero Muñoz definiendo períodos, virajes y procesos; que nos dé una historia de las formas y géneros periodísticos, de las técnicas, de la organización del trabajo y de los modos de producción de la información.

En este artículo tengo por fuerza que limitarme, por razones de espacio, a intentar un esbozo de periodización acompañado de breves comentarios.

Períodos y momentos del periodismo colombiano, 1785-1900

a) Período liminar, 1785-1811. Aunque el Aviso del Terremoto y la Gaceta de Santafé (1785) son publicaciones de una sola tirada, su composición y las ambiciones de su editor, el cubano y ex carpintero Manuel del Socorro Rodríguez, diligente publicista, excelente periodista y pésimo literato, colocan en ese año el punto de partida del periodismo nacional. Rodríguez fue incansable difusor de informaciones de toda índole y tamaño, que siempre ofrecía mezcladas con horrendas composiciones poéticas de su invención. Pese a los atentados que cometió contra las buenas letras, todos los periodistas colombianos le debemos las primeras lecciones en el oficio de informar. Su Papel Periódico de la Ciudad de Santafé (1791) tuvo ilustres invitados en sus páginas, entre los cuales destacaron el sabio gaditano José Celestino Mutis y los próceres Francisco Antonio Zea, Francisco José de Caldas y Vicente Gil de Tejada. Aunque el Papel Periódico trataba siempre una gran variedad de materias, las descripciones de los recursos del país ocupaban lugar preferente. Esta preocupación inició el estudio sistemático del país, que luego sería enriquecido por el Semanario del Nuevo Reyno de Granada (1808), en vísperas de la independencia, bajo la inspiración del sabio Caldas. Establecida la Primera Junta, en julio de 1810, el mismo Caldas fundó el Diario Político de Santafé de Bogotá para propagar las ideas de independencia.

Pronto aparecieron numerosos semanarios y quincenarios, instrumentos del debate abierto entre los partidarios de la continuidad colonial y los separatistas, así como de la feroz pugna en el campo independentista, entre los federalistas y los centralistas. Memorables son el Argos de Cartagena, violentamente federalista, y La Bagatela, centralista, fundada en Santafé por el precursor Antonio Nariño en 1811. Desde las páginas de La Bagatela, colmadas de humor incisivo y de ironía implacable, Antonio Nariño organizó el pronunciamiento popular que derrocaría a la Primera Junta y lo llevaría a él mismo al poder como Dictador (19-9-1811), con apoyo de los artesanos, los comerciantes y el pueblo raso de Santafé.
La Bagatela,
edición extraordinaria del 19-sept.-1811,
con la cual se inició
el "golpe de opinión" de Antonio Nariño

b) Período de la independencia: 1812-1820. Es una época rica en prensa de combate político. Los periódicos reflejan las vicisitudes de la contienda y de las fuerzas beligerantes y, para el caso de la prensa patriota, tienen su holocausto con el triunfo militar del Pacificador realista don Pablo Morillo y los consiguientes fusilamientos de todos los intelectuales patriotas que cayeron en sus manos (1816). Después del baño de sangre será la prensa de la costa atlántica, y especialmente la del territorio venezolano, la responsable de la continuidad ideológica y política de la revolución. Cierra el ciclo El Correo del Orinoco, fundado en Angostura por Simón Bolívar en 1818. En sus páginas aparecían con frecuencia órdenes, informaciones y partes de guerra con sus correspondientes traducciones al inglés (y en alguna ocasión al francés), tanto para que las novedades pudieran difundirse por todo el entorno de las Antillas, como para que los legionarios extranjeros tuvieran acceso a artículos de prensa en su lengua materna. Aunque El Correo del Orinoco parece pobre en contenidos literarios, no lo es. Contiene bellos artículos escritos por Francisco Antonio Zea y Germán Roscio, entre otros. Aparte de esto, su valor documental es enorme para los historiadores de la independencia colombo-venezolana.

c) Período de la Gran Colombia: 1820-1830. El establecimiento del nuevo Estado da rienda suelta a todos los intereses de grupos, facciones, regiones y caudillos. La proliferación de periódicos es impresionante. Los hay clericales, masones, antimasones, federalistas, centralistas, bolivaristas, santanderistas. El periodismo nacional comienza a fermentar en sus páginas una nueva forma de literatura: en efecto, los primeros embriones de costumbrismo aparecen en esta época. El mérito de esta gestación le corresponde a esa multitud de periódicos, muchos de vida efímera, que trajeron las voces, dichos, refranes y expresiones populares a la arena del debate político. El Precursor don Antonio Nariño fue maestro de este periodismo socarrón e irreverente con su pasquín Los toros de Fucha (1821), que logró sacar de sus casillas al vicepresidente Santander y sus amigos ultraliberales. Los curas antimasónicos fueron incansables pioneros del periodismo plebeyo y precursores del género costumbrista: el presbítero Francisco Margallo concitaba las risas y burlas de los grandes caudillos militares, masones, y la admiración boquiabierta de la plebe, con sus pasquines El Gallo de San Pedro, El perro de Santo Domingo, El gato enmuchilado, La ballena, La serpiente de Moisés, El puerco de San Antonio y La burra de Balaam; el canónigo Juan N.Cabrera publicaba el Gallo antimasón con unos versos imposibles de masticar; y el padre José María Ruiz, dominicano, era responsable de La tapa del cóngolo, auténtica antología periódica del disparate.

Aquí es pertinente recordar que el periodismo popular colombiano tiene, desde sus inicios, una curiosa obsesión con los animales y su simbolismo, y una tendencia casi irresistible a humanizar ciertos animales para convertirlos en portavoces activos de corrientes políticas o filosóficas. A esta tradición pertenecen muchos de los periódicos y pasquines costumbristas, aldeanos y parroquiales del período grancolombiano. Y a esta tradición pertenece también, sin duda, mi publicación electrónica La Rana Dorada, que continúa con métodos modernos una línea periodística que hizo las delicias del pueblo raso en hostales, posadas de arrieros y chicherías, durante las primeras décadas de nuestra vida republicana. Por eso he dedicado un artículo especial en recuerdo de estos periódicos disparatados, absurdos, llenos de ingenuas fábulas y de dislates grotescos (ver El bestiario periodístico de la Gran Colombia).

A partir de 1826, sin embargo, toda la sociedad se fue polarizando entre los partidarios y los enemigos de Bolívar, reunidos estos últimos en torno al general Francisco de Paula Santander. Esta polarización fue también literaria: el precoz Luis Vargas Tejada (1802-1829), poeta y dramaturgo de altísimo vuelo, escribió a la sombra de Santander el monólogo Catón de Utica, violenta diatriba republicana en la que el odioso César es, evidentemente, una representación de Bolívar; en tanto que Juan García del Río (1794-1856) contribuyó con sus Meditaciones Colombianas a la catarata de loas con que se endiosaba en vida al Libertador de América.

d) Período de los caudillos: 1831-1845. La disolución de la Gran Colombia trajo consigo un estado de beligerancia casi permanente, que condujo a las guerras civiles locales y regionales, sangriento preámbulo de la gran conflagración general que recibió el nombre de «Guerra de los Supremos» (1839-1841), en alusión al rimbombante título que cada uno de los caudillos en pugna se daba a sí mismo. El liberal y santanderista Vicente Azuero fundó El Granadino (1831) para defender la disolución de la Gran Colombia con artículos admirables por su estilo literario y abominables por su rencoroso sectarismo. El Cachaco de Bogotá (1833) fue un periódico liberal redactado por Florentino González y José María Lleras. Su tono era violento, exaltado, furibundo, y en sus páginas se lucieron los estilistas que continuaban haciendo metáforas sangrientas contra Bolívar, aunque éste ya estaba muerto desde hacía tres años. Esta publicación consagró el término indígena cachaco como sinónimo de liberal. Así se usó hasta la década de 1850, pues entonces recibió la significación que ahora tiene (bogotano petimetre, elegante, afectado). El conservador y bolivariano Juan Francisco Ortiz, de pluma mordaz e ingeniosa, editor de varios periódicos ácidamente antigobiernistas al mismo tiempo que ocupaba un alto cargo en el ministerio de relaciones exteriores, fundó en 1836 el primer periódico literario de la historia colombiana: La Estrella Nacional. En las páginas de esta publicación se dieron a conocer por vez primera, entre otras obras de gran valor, los versos prodigiosos de José Eusebio Caro.

Manuel Murillo Toro
(Foto: 1868)

e) Período de los partidos históricos: 1845-1860. Los partidos liberal y conservador quedaron claramente delimitados hacia 1845, aunque todavía existían otros partidos menores que desaparecerían en las décadas siguientes. Fue éste un período de extraordinaria riqueza intelectual. El Progreso, de Torres Caicedo, El Nacional de Caro y Ospina, El Siglo, de Julio Arboleda y El Conservador, de José Joaquín Ortiz, abrieron los fuegos por la derecha y fueron respondidos por La Gaceta Mercantil (Santa Marta, 1847-48) de don Manuel Murillo Toro y más tarde por El Neogranadino de Manuel Ancízar. En este periódico escribieron Murillo Toro, Camacho Roldán, Lorenzo María Lleras, Manuel María Madiedo, Florentino González, Felipe y Santiago Pérez, Rafael Núñez y José María Samper, entre muchos otros destacados intelectuales del liberalismo. Aunque Ancízar aspiraba a que El Neogranadino estuviera abierto a la inteligencia de los dos partidos, la realidad fue obligando a una polarización política en todo el país. En 1860, Manuel Murillo Toro, ante la inminencia de una nueva guerra civil, declaró que su carrera periodística estaba concluida, en un editorial histórico que lleva por título Alea jacta est («Los dados están echados»). Y otra vez se vio a los literatos corriendo hacia el campo de batalla.

El Diario de Cundinamarca,
baluarte del pensamiento liberal
(1870-1877)

f) Período de la Federación: 1860-1881. La constitución de 1863, consecuencia de la revolución de 1860, consagró la fragmentación de Colombia en una multitud de Estados Soberanos y, consecuentemente, el surgimiento de innumerables partidos políticos locales y regionales. Es imposible hacer un recuento de la actividad periodística y literaria de este período, por su enorme riqueza y dispersión geográfica. Pero se pueden señalar tres elementos: primero, la emergencia de las regiones dio ligar al nacimiento formal de la literatura costumbrista, con la novela Manuela, ya mencionada, y con muchas narraciones y piezas literarias de un gran número de escritores; segundo, el periódico La Ilustración (1870-1877) reunió en sus páginas a lo más brillante del pensamiento conservador, mientras el Diario de Cundinamarca (1870-1877) aglutinaba a la flor y nata del liberalismo; y tercero, en medio de una creciente agitación política y social, se fue abriendo paso una corriente nacionalista, que surgió de las filas de ambos partidos como una reacción contra el sectarismo. Esta corriente logró finalmente reunir a la mayoría de la intelectualidad, impulsando el poderoso movimiento de la Regeneración que llevó al poder a Rafael Núñez por dos períodos consecutivos (1882-1884 y 1884-1886).

Rafael Núñez
(Foto: 1865)

g) Período de la Regeneración: 1881-1900. Rafael Núñez había iniciado su vida política como un liberal radical. Las reformas que impulsó fueron la base de una nueva república. Se regresó al sistema centralista, se afianzaron las instituciones y se estableció la constitución de 1886, cuya vigencia duró hasta 1991. Pero Núñez terminó sus días como un patriarca reaccionario que protegía con métodos autocráticos el nuevo orden, quitándole de este modo toda posibilidad de desarrollo democrático. Este no era un defecto personal de Núñez, sino una cualidad de toda la nación: la Regeneración sirvió para restañar las heridas de la guerra civil, con el objeto de reponer fuerzas y prepararse para la siguiente guerra civil: la Guerra de los Mil Días (1899-1902). En este período nacieron órganos de prensa que aun existen, como El Espectador, refugio del libre pensamiento, fundado en Medellín en 1887 y trasladado a Bogotá en 1915. Los literatos casi no tuvieron otra posibilidad de expresión que la que les ofrecía la prensa partidaria. El triunfo del conservatismo condenó a toda una generación de escritores al formalismo retórico y a una escolástica estéril. El país intelectual debería esperar hasta la década de 1920 para poder entrar al siglo XX. La prensa emergió desde entonces como la única escuela literaria de valor. Mientras los centros académicos se hundían en la grave solemnidad decimonónica de la Ignorancia Ilustrada, los periódicos hervían de creatividad, eran talleres vivos de las buenas letras y entregaban al país las nuevas generaciones de literatos. Esto explica por qué, a lo largo de este siglo, los movimientos de Piedra y Cielo, Los Nuevos, el Nadaísmo y prácticamente todos los grandes exponentes de nuestra literatura se formaron alrededor de los periódicos. Tal vez deba recordarse que Gabriel García Márquez inició su formación literaria al finalizar la década de 1940, en medio de otra guerra civil, como periodista de El Espectador. El hecho no es una casualidad.

Conclusión

En la sociedad colombiana, el periodismo y la literatura son inseparables. Los literatos crearon el periodismo y los periódicos formaron a los literatos. Sin mencionar aquí la multitud de publicaciones exclusivamente dedicadas a la literatura, se puede comprobar esta constante de la sociedad colombiana durante el primer siglo de su existencia republicana: no hubo prensa sin literatos ni hubo literatura sin expresión periodística.

Hubo excepciones, al menos en apariencia. Las dos más sobresalientes fueron José Asunción Silva (1865-1896) y Rafael Pombo (1833-1912). Silva, el último de los románticos y el primero de los modernistas en América, difundió sus bellos poemas en tertulias de sobremesa y reuniones de amigos.

Significativamente, su única novela es una antinovela titulada De Sobremesa. Sus biógrafos dicen que todos se burlaban de su gran belleza física y de sus modales «exquisitos» y agregan que viajó mucho por Europa y que fue buen amigo de Oscar Wilde, pero luego se preguntan, desconcertados, acerca de las ocultas razones que este muchacho tendría para suicidarse de un balazo en el corazón, el 23 de mayo de 1896.

José Asunción Silva
(Foto: 1865)

Rafael Pombo

Rafael Pombo publicó casi toda su poesía en periódicos y revistas, pero nunca ejerció el periodismo sino en una ocasión: cuando fundó La Siesta, en 1852, con el propósito de impulsar un periódico exclusivamente literario e intransigentemente pluralista. Pombo odiaba los sectarismos políticos y las guerras civiles. Escribió fábulas en verso para niños y tradujo a Poe y los grandes poetas alemanes, franceses, italianos, portugueses, griegos y latinos. Fue romántico, naturalista, modernista, moralista y maldito. Y no fue suicida porque, a diferencia de Silva, que fue perseguido por ser bello y delicado, Pombo era mísero de cuerpo, pecoso y rubicundo como un payaso mal pintado, miope, de minúscula quijada y cuello de pelícano, de andar tembloroso y vacilante. Fue una caricatura viviente, pero su carácter afable y bondadoso irradió siempre una paz tibia y dulce en el corazón de quienes lo trataron, en aquel país torturado por guerras despiadadas y desquiciado repetidamente por efímeros acuerdos de reconciliación eterna.

Pero la historia da vueltas en redondo: tanto Silva como Pombo escribieron poemas que son deliciosas crónicas periodísticas y con ello se cumple el principio de que la excepción confirma la regla. Silva compuso y publicó, además, notas publicitarias para el negocio comercial de su familia, poniendo en esas producciones mercantiles todo el encanto de su genio literario. Por eso, tal vez lo que diferencia a Silva y Pombo de sus colegas literatos y periodistas, es únicamente el hecho de que estos dos poetas no fueron nunca partidarios de la guerra.


Bibliografía

Ancízar, Manuel
(1852) Peregrinación de Alpha, Biblioteca de la Presidencia de la República, Bogotá, 1956.

Cacua Prada, Antonio
(1968) Historia del periodismo colombiano, Bogotá.

Ortega, José J.
(1934) Historia de la Literatura Colombiana, Bogotá.

Otero Muñoz, Gustavo
(1936) Historia del periodismo en Colombia, Biblioteca Aldeana de Colombia, Bogotá.

Posada, Eduardo
(1925) Bibliografía bogotana, tomo II, Biblioteca de Historia Nacional, vol. XXXVI, Bogotá.

Sanín Cano, Baldomero
(1944) Letras colombianas, México.


(c) Carlos Vidales
Estocolmo, 1997