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En 1816, habiendo emprendido un viaje que lo llevaría a diversas regiones del mundo, llegó a Haití en los mismos momentos en que Simón Bolívar, con ayuda del presidente Alejandro Pétion, intentaba una nueva expedición libertadora sobre la Costa Firme después del terrible desastre de Ocumare. Bolívar permaneció en Puerto Príncipe desde septiembre hasta diciembre de 1816, y tuvo en ese período, al parecer, más de una conversación con Severin Lorich, quien escribió más tarde un informe para Bernadotte, del cual copiamos el fragmento que sigue:
El General Bolívar, enaltecido por un coraje brillante, por talento y por una constancia probada, amado por su noble carácter y por sus maneras dignas, ha sacrificado una muy grande fortuna por la causa de la Libertad. Obligado a retirarse de la Tierra Firme después de un desembarco fallido que le había atraído el descontento de los otros Jefes, se encontraba preparando una nueva expedición durante mi estancia en Puerto Príncipe. Desprovisto de recursos pecuniarios, muchos de sus oficiales dejaron de servirle. Persuadido de que los generales de los independientes harían mejor empleando algunos años en organizar una sola provincia, en lugar de recorrer vastos territorios con algunas centenas de soldados y un gran séquito de oficiales, hice notar al General Bolívar que, si todos los oficiales tomaban las armas y se ponían en filas junto a los soldados, se podría sorprender la ciudad de Santo Domingo y apoderarse de la parte española de la isla, para preparar allí operaciones más extensas; pero habiéndolo hallado dispuesto a retornar para volver a reunir a los Jefes que se habían quedado en la Costa Firme, me embarqué el 29 de octubre, aprovechando la ocasión que se presentó, de regresar a los Estados Unidos de América... (Nota 1)
Lorich tuvo también en esa oportunidad un encuentro con el español Francisco Javier Mina, organizador de una expedición para emancipar a México. Mina le ofreció el mando de su artillería, lo que el oficial sueco declinó. En realidad, ni la empresa de Mina ni la de Bolívar parecían prometer éxitos muy brillantes. Cuando Lorich habló con Bolívar, lo que se realizaba en Haití era un desesperado intento de reorganizar lo que quedaba de fuerzas republicanas, después de gravísimas derrotas y violentas disensiones. Pese a ello el Libertador logró infundir en la mente del sueco la convicción de su grandeza:
Bolívar ofrecerá por sus reiteradas empresas, aunque no llegue a ver el éxito, un ejemplo más vasto que aquel que podría dar si él redujese su gobierno militar a límites más estrechos,
escribió Lorich, reconociendo con ello que el escenario de Santo Domingo, que él había propuesto, era demasiado pequeño para lo que el caraqueño podía hacer. (Nota 2)
Entre fines de 1816 y mediados de 1818 viajó Lorich por distintos países, llegando hasta Egipto. El informe que escribió sobre sus viajes, que ya he citado, fue puesto a consideración del rey Carl Johan casi inmediatamente después de su coronación. Positivo fue sin duda el juicio del monarca, pues Lorich fue nombrado cónsul de Suecia en Philadelphia en 1818 y al año siguiente fue ascendido a Mayor, grado con el cual se separó de la carrera militar conservando el derecho de usar sus títulos y, como se verá más adelante, de reintegrarse a las filas cuando así lo deseare.
Para comprender mejor la relación que hay entre el informe de Lorich y su destinación a funciones consulares en América, debe tenerse en cuenta que en dicho informe sostuvo la conveniencia de comerciar con las nuevas repúblicas de Tierra Firme, utilizando la isla de San Bartolomé como base para la venta de productos suecos, en especial material de guerra, a los patriotas hispanoamericanos. (Nota 3)
Lorich debe haber tenido correspondencia, negocios o relaciones con colombianos en aquel período, pues en 1821 el conde sueco Federico Tomás Adlercreutz, recién incorporado al servicio de Colombia, escribía al gobernador de la isla de San Bartolomé, Johan Norderling, diciéndole que "sobre nuestro ministro en los Estados Unidos [Severin Lorich] he oído aquí muchísimas cosas; no se debe ser muy riguroso con él. Quien ha visto el mundo ha aprendido a no juzgar" (Nota 4). Tal parece, por estas palabras, que no todos los interlocutores de Adlercreutz tenían buena opinión de Lorich o que, por alguna razón que desconocemos, Adlercreutz deseaba sugerir esa idea.
Ahora bien, en febrero de 1822 la corona sueca decidió enviar un agente a Colombia con el objeto de continuar de un modo más directo la negociaciones sobre acuerdos comerciales que desde hacía algún tiempo se mantenían con el representante grancolombiano en Londres, Francisco Antonio Zea, sobre cuyas gestiones no nos vamos a extender aquí. Bastará decir que los puntos ya discutidos con Zea se incluyeron en las instrucciones dadas al agente sueco, que debía preparar y realizar su viaje con el mayor secreto (Nota 5).
Para esa misión fue designado Severin Lorich, quien como ya hemos dicho era cónsul en Filadelfia y quien por entonces se hallaba ocasionalmente en Estocolmo (Nota 6). Las órdenes secretas que se le dieron han sido resumidas así por Mörner:
Lorich debía viajar a Colombia, después de haber cumplido ciertas misiones en los Estados Unidos, y tan pronto como la estación del año fuese apropiada. Se le ordenó recoger allí todas las informaciones necesarias para los efectos de relaciones comerciales, y particularmente lo referido a las posibilidades de venta de armas suecas. Lorich debía intentar obtener del gobierno de Colombia que se concediese a Suecia "les privilèges don jouissent les batiments indigènes, si cela peut se faire, sans des Negociations ouvertes, par la decision du Gouvernement ou du Congrès". Incluso mercancías de otras naciones debían poder ser introducidas por los suecos en las mismas condiciones, puesto que la república poseía tan pocos barcos disponibles para el comercio de ultramar. Lorich podía también aludir a las ventajas que los barcos mercantes colombianos habían gozado en San Bartolomé. Para esta colonia debía él también intentar obtener ciertas ventajas de excepción en caso de restricciones comerciales por parte de Colombia. Si Colombia deseaba un punto de descarga en Gotemburgo para sus exportaciones hacia Europa del Norte, esta sería una oportunidad para que enviase un agente a Suecia. En un apéndice a la instrucción expresaba el ministro de Relaciones Exteriores Engeström que, si un tal agente llegase a Suecia para negociar con el gobierno, podía contar con el mejor recibimiento. Si un reconocimiento de la república por parte de Suecia se planteaba en la discusión, asunto que Lorich sin embargo debía evitar, y si este reconocimiento se pusiese como condición para obtener privilegios comerciales, él debía aclarar que esta cuestión podía ser manejada más apropiadamente con algún agente colombiano en Europa. Tan pronto como alguna otra potencia marítima de Europa hubiese hecho el reconocimiento, el rey se proponía seguir el ejemplo. El propósito verdadero del viaje de Lorich debía, por supuesto, ocultarse a los agentes de otras naciones. (Nota 7)
En febrero de 1823 llegó Lorich a Colombia, en calidad de Agente de su país, casi simultáneamente con el viajero e informador francés Gaspar Théodore Mollien, aunque no por la misma vía. Mientras Mollien había viajado en barco desde los Estados Unidos hasta Cartagena, Lorich se dirigió primero a Caracas, desde donde partió el 14 de diciembre de 1822 "con tres mulos pero sin sirviente porque éste no se había presentado a tiempo", en dirección a Santa Fe de Bogotá siguiendo la vía de Barinas y Casanare. (Nota 8)
Lorich escribió un diario, en sueco, de este viaje. De él se conserva, en la Biblioteca de la Universidad de Uppsala, un fragmento casi ilegible de 14 páginas que se inicia el día de su partida de Caracas. El profesor Magnus Mörner, quien ha examinado este fragmento, comenta:
El valor de la multitud de pequeñas observaciones y datos contenidos en este documento solo podría ser determinado al compararlo con las demás descripciones que existen de la misma ruta y de la misma época. De la Hacienda de San Mateo, "dos leguas de Victoria hacia Maracay", Lorich apunta, por ejemplo, que pertenecía a Bolívar, que producía mucho azúcar y alguna cantidad de café y que había sido dada en arriendo a un francés, por 1.200 pesos al año. El aguardiente, producido en San Mateo, se vendía en un par de pulperías situadas a lo largo del camino. (Nota 9)
Como ya he dicho, Lorich llegó a Bogotá casi al mismo tiempo que el francés Mollien. En la capital, el ojo vigilante y celoso de Charles S. Todd, Agente Confidencial de los Estados Unidos en Colombia, registró de inmediato la presencia de los visitantes:
El Sr. Molier [Mollien], el Agente francés, que arribó a los Estados Unidos en la Fragata "La Tars" y cuya estadía en Cartagena ya he mencionado, llegó a esta capital el 20 del presente mes, y el 22 lo hizo el Caballero Lorich, Cónsul General de Suecia en los Estados Unidos, viajando hasta esta ciudad por la vía de Caracas y los llanos de Barinas y el Casanare. En mi próximo despacho estaré en condiciones de comunicar todo lo que pueda ser averiguado acerca de los objetos precisos de esas visitas. Ellas son, sin duda, misiones de observación, preparatorias de un reconocimiento de la Independencia del país, en un tiempo en que esto pueda resultar lo más político. Queda por ver si ellos no tendrán tal vez la esperanza de algunas ventajas comerciales exclusivas, en lo cual, sin embargo, van a quedar decepcionados. (Nota 10)
Pocos días más tarde, el 6 de marzo, agregaba Todd que Lorich había llegado trayendo credenciales de su gobierno; que proponía un tratado comercial que incluía algunos privilegios exclusivos, pero que sería sin duda rechazado pues Colombia no quería privilegiar a ninguna nación; que la misión de Lorich parecía ser realizada con el visto bueno de Inglaterra y con el propósito de sondear el terreno para la creación de un sistema de privilegios comerciales; y finalmente, que en lo referente al reconocimiento de la independencia se podía considerar a Holanda, Dinamarca, Suecia y Portugal como simples peones de Gran Bretaña, "quien aprobará la medida o la abandonará, según el pulso de la Santa Alianza". (Nota 11)
Lorich había presentado el 24 de febrero al ministro Gual su pasaporte y la carta por medio de la cual se le acreditaba como enviado del rey de Suecia (Nota 12). Ese mismo día había remitido a la corte de Estocolmo un informe con indicaciones sobre decretos, leyes, la Carta Fundamental, las disposiciones aduaneras y las normas vigentes para la importación de mercancías. Desplegando gran actividad, el 27 de febrero había entregado a Gual una nota proponiendo que "las relaciones de navegación y comercio podrán al menos reglamentarse recíprocamente por medio de Decretos y de Ordenes, a saber: por un decreto que establezca que por el término de cinco años, a partir de la fecha de su expedición, los barcos pertenecientes a súbditos de S.M. el Rey de Suecia y de Noruega, es decir, los barcos suecos, noruegos y los de la Isla de San Bartolomé que lleguen a puertos colombianos, no pagarán derechos distintos ni más fuertes que los que paguen los barcos colombianos, cualquiera que sea el país de donde procedan". (Nota 13)
Se entendía que los barcos colombianos tendrían el mismo trato en los puertos suecos, incluida la jurisdicción de San Bartolomé. Aunque esta proposición no satisfacía los intereses nacionales de la Gran Colombia, en cambio sí era muy ventajosa para sus navíos mercantes y particularmente para sus corsarios. Estos últimos llegaban con sus botines de presa a San Bartolomé o al islote de La Fourchue (Five Islands) perteneciente también a Suecia, y allí vendían las cargas o las transbordaban a barcos mercantes norteamericanos u holandeses. Es indudable que las franquicias aduaneras para embarcaciones colombianas, independientemente del origen de su carga, beneficiarían en primer término a la flota corsaria de la república.
La colonia sueca de San Bartolomé estaba siempre presente en los proyectos de negociación del agente sueco. En oficio fechado el 10 de marzo Lorich informó a Gual sobre los distintos derechos portuarios cobrados por Suecia para embarcaciones nacionales y extranjeras y las procedentes de las Antillas. También la cuestión de la reglamentación de relaciones comerciales y representaciones consulares fue puesta en discusión cuando tres semanas después, el 1 de abril, escribió nuevamente a Gual para referirse a las inmunidades y privilegios de los cónsules. Según Giraldo Jaramillo, este documento "es el primero que aparece en nuestra historia diplomática sobre el tema", y en él se plantea "la inmunidad de jurisdicción así civil como penal de los funcionarios consulares, la exoneración de todos los impuestos y la inviolabilidad de los archivos. Se establece que los vicecónsules que fueren nacionales estarán exentos del servicio militar. Otras disposiciones sobre recibo y despacho de barcos y sobre el derecho de los cónsules de ejercer sus funciones mediante la presentación de sus letras patentes al Intendente Departamental", etc. (Nota 14)
No hay duda de que este último asunto era de gran interés para Colombia. La posibilidad de colocar cónsules reconocidos en las islas de las Antillas, donde eran frecuentísimas las disputas judiciales sobre embarcaciones y cargas capturadas por los corsarios, y donde además se realizaba una parte sustancial del comercio internacional grancolombiano, era por aquellos años una de las más caras aspiraciones del gobierno. Las ventajas de poseer cónsules activos y diligentes, que defendiesen los intereses comerciales de su país, había sido demostrada por el ejemplo de los cónsules españoles que actuaban en los puertos norteamericanos obteniendo interdicciones judiciales, confiscaciones y eventualmente devoluciones de barcos y cargamentos apresados por el corso republicano. Por supuesto, se entendía que todo acuerdo sueco-grancolombiano sobre representación consular implicaba en primer término el puerto de Gustavia en San Bartolomé.
Entretanto el ministro Gual informaba a Bolívar (21 de marzo) sobre la presencia de Lorich en la capital:
Para conocimiento de S.E. el Libertador tengo el honor de participar que ha llegado a esta capital el Sr. Lorich, Cónsul General de Suecia en los Estados Unidos. Se ha presentado al Gobierno, y ha manifestado hallarse encargado por su soberano de felicitar a su nombre a S.E. el Libertador Presidente, y entrar en arreglos provisionales de comercio y navegación con esta República. (Nota 15)
No debe sorprendernos que Gual tardase un mes en comunicar estas noticias al Libertador. Si bien éste era el Presidente, sus ocupaciones y funciones militares lo mantenían en el Perú, muy lejos de Bogotá, y era el Vicepresidente Santander quien en realidad se ocupaba de todos los asuntos del gobierno.
En la misma comunicación Gual anunciaba la visita del viajero francés Gaspar Théodore Mollien:
También se ha presentado el Sr. Mollien, uno de los pasajeros que en 18 de noviembre llegó a Cartagena a bordo de la fragata Farm. No trae carácter ninguno público, y parece que es solamente un viajero particular encargado por el gobierno francés para explorar la situación política de este país. (Nota 16)
Lorich se entrevistó e intercambió notas varias veces con Gual durante los meses de marzo y abril. En ese mismo período estableció contactos con altos oficiales del Ejército Libertador, con representantes al congreso y con comerciantes locales. Al inaugurarse las sesiones del congreso, el 8 de abril, una de las cuestiones puestas en el orden del día era la de las relaciones diplomáticas y comerciales con otras naciones. El 17 de ese mismo mes presentó el ministro Gual su informe al Congreso, y en él se refirió a la visita de Severin Lorich indicando que el agente sueco venía a firmar un convenio comercial provisional, que tenía seguramente como propósito preparar las condiciones para un tratado de comercio y navegación. Gual se reservaba con prudencia sobre cualquier compromiso que implicase conceder beneficios a otra nación sin antes haber obtenido de ella el reconocimiento de la independencia, y por eso decía con bien estudiada ambigüedad que "las proposiciones que ha hecho en consecuencia el Caballero Lorich se someterán oportunamente al conocimiento del Cuerpo Legislativo en la parte que se juzga necesaria su concurrencia y aprobación. De cualesquiera naturaleza que ellas sean, creemos oportuno anticipar, que solamente se trata de hacer un ensayo de poco tiempo para acercar más los intereses de ambas naciones, y conseguir por este medio los conocimientos que son necesarios para concluir un tratado definitivo de comercio y navegación". (Nota 17)
Es evidente que Lorich estaba impaciente por lograr resultados concretos. Con una diferencia de cinco días presentó a Gual unas "Bases para un acuerdo comercial" con las propuestas de Suecia, el 28 de abril y el 3 de mayo. No se trata de dos documentos distintos: el segundo es una versión corregida y perfeccionada del primero.
Sin embargo, vista desde una perspectiva general, la posición de Lorich había cambiado varias veces en el curso de dos meses. En su propuesta inicial del 27 de febrero sentó las bases de "reciprocidad e igual trato" en todos los puertos suecos y colombianos, incluyendo San Bartolomé. Según su proposición del 28 de abril, los dos países se reconocerían recíprocamente las mismas ventajas e igual trato para sus embarcaciones y las cargas correspondientes, pero no incluía en este acuerdo a San Bartolomé. Y esta primera modificación de importancia merece un comentario.
Según lo propuesto, Colombia debería otorgar a los barcos mercantes suecos y noruegos los mismos derechos que a los barcos colombianos, y no solamente cuando llegasen con mercancías suecas sino también cuando su carga proviniese de otras naciones. No está demás constatar aquí que esta proposición contrariaba la propia ley sueca, que aún en convenios de "igual trato" no reconocía los mismos derechos a las mercancías de terceros. Lorich sabía esto, pues en su informe al ministro Engeström, fechado el 17 de julio de 1823, se refería a "la reciprocidad que... se suponía excedía los límites de las normas aduaneras sobre importación de productos, por lo menos en la letra" (Nota 18). Pero con gran pragmatismo él calculaba que Colombia no iba a exportar realmente nada a Suecia. Salta a la vista que en esas circunstancias, la diferencia entre lo prometido y lo que se podía cumplir nunca se iba a poner en evidencia. En cambio, allí donde sí había comercio colombiano, es decir en la isla sueca de San Bartolomé, las proposiciones eran diferentes: si el valor de las mercancías de terceros países transportadas por barcos sueco-noruegos sobrepasara la tercera parte de valor total de la carga, entonces entrarían en vigor las normas de importación establecidas por Colombia para las cargas de dichos terceros países (Nota 19). Esto tampoco era legal para Suecia ni interesante para Colombia, pues en este caso los barcos colombianos, que como se ha dicho llegaban con frecuencia a San Bartolomé cargados con productos de Norteamérica y de las Antillas (cuando no con el botín de los corsarios republicanos que merodeaban por la región) deberían pagar indefectiblemente derechos de aduana en Gustavia, uno de sus puertos de descarga preferidos. A cambio de esto, tendrían el consuelo de creer que si alguna vez llegasen a Gotemburgo (lo que nunca sucedería), allí serían recibidos con los mismos privilegios que ellos concedían a los barcos suecos en los puertos colombianos.
Lorich tiene que haberse dado cuenta de que esta fórmula sería impracticable a la larga, pues en su nota aclaratoria del 2 de mayo y en la propuesta final del 3 de mayo suprimió lo referente a la igualdad de trato para mercancías de terceros países y se contuvo dentro de los límites permitidos por las instancias legales de Suecia y de la Gran Colombia, haciendo con ello el segundo cambio de importancia en sus propuestas.
Con todo, las proposiciones suecas no podían ser aceptadas por el gobierno de Colombia, pues la naciente República necesitaba vitalmente el reconocimiento pleno de los estados europeos, y para lograrlo no tenía otra arma que la presión que podía ejercer con su política comercial. Colombia sustentaba por esa razón la tesis de "nación más favorecida", premiando con privilegios mercantiles a quienes reconociesen su soberanía, en tanto que Suecia proponía la política de "trato igual" en los negocios sin reconocer formalmente al nuevo Estado.
En su respuesta final a todas las proposiciones del agente sueco, el ministro Gual hizo un repaso de la actitud colombiana, el 6 de mayo, y concluyó diciendo que
En tal modo ha parecido innecesario al Executivo adelantar este negocio y así por que la República de Colombia no ha sido reconocida por S.M. el Rey de Suecia y Noruega, como por que para lucrar en cualquiera otra especie de negociación favorable a los intereses de uno y otro pays, sería preciso traerla en la forma recibida. (Nota 20)
Así pues, Lorich parecía haber fracasado en su misión. Pero esto no es completamente cierto. Su visita no tuvo por objeto concluir un tratado comercial y de navegación entre Suecia y la Gran Colombia, sino explorar las condiciones para trabajar en esa dirección. Al establecer los primeros contactos directos con el gobierno de la Gran Colombia, dejó sentadas las bases de las relaciones comerciales y diplomáticas entre los dos estados. Su misión debe considerarse como pionera, sobre todo teniendo en cuenta que se realizó antes de que la Gran Bretaña se decidiese a dar un paso semejante.
En todo caso, el agente de Suecia no perdió la oportunidad de entrevistarse con las autoridades militares del país para expresarles las ventajas económicas que implicaría al ejército colombiano la compra de armamento sueco. Así lo expresaba algunos meses más tarde el Secretario de Guerra y Marina, Pedro Briceño Méndez, en un oficio dirigido al Secretario de Hacienda y fechado el 23 de agosto de 1823:
De orden de S.E. el Vicepresidente, tengo la honra de acompañar a V.S. una relación de las armas y municiones de guerra que se necesitan más urgentemente en los almacenes y parques de la República, para que se sirva V.E. pedirlos a Europa, según disponga S.E.Al mismo tiempo me tomo la libertad de advertir a V.S. que todos estos objetos deben venir al almacén general de Cartagena, donde han de entregarse con las formalidades legales.
Convendría que el agente de la República que haya de negociar estos elementos fuese instruido de que en Suecia se consiguen la pólvora y las balas, metrallas y palanquetas a menor precio que en ningún otro país. El señor Lorich, Cónsul de aquel reino cerca de los Estados Unidos del Norte, a su paso por esta capital me aseguró que el quintal de pólvora surtida de cañón y fusil importaba diez pesos fuertes, y que las toneladas de veinte quintales de bala, metrallas y palanquetas nuevas, y también surtidas de los diferentes calibres, costaban treinta y seis o treinta y ocho pesos.
Dios guarde a V.S.
Pedro Briceño Méndez. Nota anexa
Relación de las armas y municiones de guerra que se necesitan en los almacenes de la República.
Veinte mil fusiles, fábrica de La Torre, de Londres.
Doscientas mil piedras de chispa.
Mil quinientos quintales de pólvora, mitad de fusil y mitad de cañón.
Cuatro mil quintales de plomo.Cincuenta mil quintales de balas rasas, metralla y palanquetas surtidas de todos los calibres, a saber: de a 24, de a 18, de a 16, de a 12, de a 10, de a 8, de a 6, de a 4 y de a 2. (Nota 21)
Sea como fuere, Lorich debió regresar a los Estados Unidos sin haber obtenido franquicias comerciales de parte del gobierno colombiano. De regreso en Filadelfia remitió un informe al ministro sueco de Relaciones Exteriores, Lars von Engeström, con un relato minucioso de sus gestiones y con muy positivas y elogiosas consideraciones sobre Colombia, sus autoridades e instituciones y en particular sobre su ministro de Relaciones Exteriores, Pedro Gual. Lorich hacía constar, no obstante, que Gual se había mostrado "más circunspecto al tratar de determinar las relaciones comerciales de países extranjeros antes de que la República haya sido positivamente reconocida". Y a continuación solicitaba que el rey sueco, como un gesto de buena voluntad y "a fin de que el Gobierno de Colombia esté mejor dispuesto por el ejemplo de S.M... se digne permitir que los impuestos sobre los navíos y los derechos de aduana puedan ser los mismos para los barcos y los cargamentos de Colombia que los que corresponden por las ordenanzas tanto a Suecia y a Noruega como a la Isla de San Bartolomé y que tanto el Ministro de la República en Londres como el General D'Evereux sean encargados de comunicarlo así a su Gobierno". (Nota 22)
Es posible especular en distintas direcciones para tratar de explicar la renuencia de los suecos a extender el reconocimiento. Dos afirmaciones pueden plantearse sin embargo, sin riesgo de cometer errores:
De hecho, el embajador ruso en Estocolmo, Suchtelen, había representado ya ante el gobierno sueco las reiteradas inquietudes y molestias de Rusia frente a la política latinoamericana de Carl XIV Johan, y en agosto de ese año lo haría específicamente frente a la misión del mayor Lorich. Tanto el ministro de Relaciones Exteriores Lars von Engeström como el conde de Wetterstedt asegurarían entonces al diplomático ruso que la misión de Lorich no implicaba un reconocimiento de la independencia hispanoamericana ni debía considerarse como una medida extraordinaria, desde que Inglaterra, Francia y tal vez otros estados tenían agentes en Sudamérica. (Nota 23)
Lorich continuó al frente de sus funciones consulares en Filadelfia hasta 1834, año en que se hizo cargo del consulado sueco en Nueva York, y poco después se reintegró a la carrera militar. En 1836 fue ascendido a Teniente Coronel. Murió en Washington, el 11 de marzo de 1837.
Aparte del despacho en que daba cuenta de sus negociaciones con el gobierno colombiano, el agente sueco remitió "a Su Majestad el Rey" un informe sobre la Gran Colombia, en el cual describía de manera ordenada y sintética la situación general del país, su población, su gobierno e instituciones, sus principales productos, el estado de sus finanzas y de su comercio, sus fuerzas militares, su política de inmigración y otros aspectos de su vida social. Tal es el documento que aquí presentamos, por primera vez en castellano.
De este informe se hizo en 1823 una traducción al francés para que el rey Carl XIV Johan pudiese leerlo en su lengua materna. Esta versión francesa fue publicada en 1960 por el profesor Magnus Mörner (Nota 24).
Pese a su brevedad, concisión y claridad, el informe merece algunas observaciones. En primer lugar hay que decir que Lorich no ofreció en él ningún dato confidencial o novedoso. Todas las informaciones que incluyó habían sido ya publicadas por otros, no solamente en la Gran Colombia sino también en Europa. En particular el agente colombiano en Londres, José María del Real, había hecho publicar en 1822 una espléndida y monumental obra que en dos volúmenes presentaba una minuciosa descripción de la nueva república, con el propósito de producir un impacto de opinión en favor del reconocimiento y de estimular a los inversionistas, prestamistas y comerciantes. Dicha obra, editada por Alexander Walker e impresa por la firma de Baldwin, Cradock and Joy, tenía un título que anunciaba la inmensidad de su contenido: Colombia: Being a Geographical, Statistical, Agricultural, Commercial and Political Account of that Country, Adapted for the General Reader, the Merchant, and the Colonist. (Nota 25)
Un ejemplar de esta primera y única edición llegó a Suecia por aquel tiempo, y todavía se conserva en la Biblioteca Real de Estocolmo (Nota 26). No parece posible que una publicación de esta importancia haya pasado inadvertida para los ojos atentos del rey sueco, cuyo interés especial por los asuntos de la independencia hispanoamericana es de sobra conocido (Nota 27). En todo caso, la posibilidad de obtener una información tan completa y detallada mediante el simple recurso de disponer que el embajador sueco en Londres enviase copias de cuanto allí se publicaba sobre las revoluciones en América, hace suponer que Carl Johan no necesitaba un extenso informe de Lorich sino, por el contrario, una síntesis muy concisa y de fácil lectura. Al mismo tiempo se deseaba, al parecer, que la observación directa de un agente propio pudiese ratificar o rectificar lo ya dicho por otros visitantes.
Debe subrayarse además que el objetivo principal de la visita de Lorich no consistía en escribir un informe sobre la situación de la Gran Colombia sino, como ya se ha dicho, preparar el terreno para futuros acuerdos comerciales.
Queda por discutir el problema de las fuentes que Lorich empleó para la obtención de sus datos. De los comentarios de José Manuel Restrepo, del agente confidencial de los Estados Unidos Charles S. Todd, del ministro Pedro Gual y del historiador Pedro María Ibáñez, entre otros, se desprende que los contactos de Lorich en Bogotá fueron siempre de carácter oficial (Nota 28). El contenido de su informe y de su correspondencia con el gobierno de Estocolmo ratifican esa circunstancia. En particular se puede determinar que las informaciones ofrecidas por Lorich con respecto a la hacienda pública, al estado de la marina de guerra y a la política fiscal proceden de los documentos gubernamentales producidos con ocasión de la instalación del Congreso Nacional hecho que se produjo precisamente cuando Lorich se hallaba en Bogotá.
La tabla que Lorich incluye como anexo final, sobre la población de los distintos departamentos de la república y su representación parlamentaria, confirma definitivamente lo que estamos diciendo. El Congreso de Cúcuta (1821) había establecido que se levantase un censo especial para determinar la composición de los congresos venideros, y el censo realizado para el congreso de 1823 era precisamente el documento que Lorich incluía en su informe. Se trataba de estadísticas que ya se habían oficializado a comienzos de 1822, como lo prueba el hecho de que José María del Real las incluyó en su ya citada compilación (Nota 29). También José Manuel Restrepo las reprodujo parcialmente en su Diario Político y Militar (Nota 30). Y el visitante francés que se presentó en Bogotá casi al mismo tiempo que Lorich, el ya mencionado Gaspar Mollien, las publicó igualmente en su libro (Nota 31). Es interesante anotar que las tablas reproducidas por Restrepo, Lorich y Mollien contienen errores de transcripción y de sumas, pero errores distintos en cada caso, lo que indica que cada uno de esos autores es responsable de sus propias equivocaciones. Todos, sin embargo, coinciden en el total general, que es correcto. La tabla de José María del Real es la única cuyas sumas y totales cuadran perfectamente, y por eso la he utilizado en este trabajo para indicar los errores de transcripción de Lorich.
Hay sin embargo un punto dudoso en los datos aportados por Lorich: el que se refiere a las fuerzas militares del país. El agente sueco sostiene que "se cree que es posible evaluar las fuerzas disponibles de tropas de tierra en 21.000 hombres, de los cuales 3.500 de caballería y 600 de artillería. Si se les agrega un cuerpo de 4.000 hombres que está destacado en Perú bajos las órdenes del Presidente Bolívar, se tiene un total de 25.000 hombres". Tales cifras no coinciden con las que entregó el ministro de guerra Pedro Briceño Méndez en su memoria ante el Congreso nacional el día 18 de abril de 1823:
Cuando se disolvió el Congreso Constituyente del año undécimo [se refiere al Congreso de Cúcuta de 1821] constaba el ejército de veintidós mil novecientos setenta y cinco hombres. Las guarniciones que ha sido necesario establecer en los departamentos nuevamente incorporados a la República, y las empresas y esfuerzos continuos de un enemigo desesperado, han hecho elevar esta fuerza hasta treinta y dos mil cuatrocientos sesenta y seis hombres, en la forma siguiente: veinticinco mil setecientos cincuenta de infantería, cuatro mil doscientos noventa y seis de caballería, y dos mil quinientos veinte de artillería. (Nota 32)
Como puede verse, Lorich usó datos diferentes de los oficiales, al menos en lo relativo a las fuerzas de caballería y de artillería. No me ha sido posible averiguar cuáles fueron sus fuentes en este caso. Pero es prácticamente imposible que la memoria del ministro Briceño Méndez le fuera desconocida, y es interesante que el diplomático sueco haya dado más crédito a otros informantes sobre la situación militar de la Gran Colombia.
Sólo resta presentar al lector, en las páginas que siguen, el texto del informe escrito por Severin Lorich.