Dos cuentos

David Vidales




El árbol del Día del Juicio

Un día, cuando yo iba a salir al bosque, ví una sombra. Me dí vuelta y vi el árbol más hermoso y más grande que jamás había visto. Me así de la primera rama y comencé a trepar. Me tomó diez minutos llegar al tope. Miré entonces a mi alrededor y ví una ventana. Miré el reflejo y me ví a mí mismo sin nada bajo mis pies. Observé el árbol pero lo único que ví fue a mí mismo en el aire. Mi impresión fue tan tremenda que resbalé y caí. Mi caída duró una eternidad, pero no logré llegar al suelo. Yo veía cómo las sombras se acercaban, y al siguiente segundo se produjo un gran resplandor. Luego sentí el suelo, pero yo estaba en otro lugar desconocido. Ví gentes que corrían y gritaban: El Día del Juicio, el Día del Juicio. Nadie me veía. Yo parecía ser algún tipo de fantasma, porque todos pasaban corriendo a través de mi cuerpo. Sentí que la tierra temblaba y ví un resplandor cayendo del cielo. Se hundió en el mar. Entonces comprendí que era un meteorito. La onda expansiva fue enorme. Por todas partes volaban cadáveres, los automóviles volaban como si fueran de papel, pero todo pasaba a través de mi cuerpo y del árbol. Cuando la explosión terminó, todo había desaparecido, excepto el estruendo. ¡Yo era el único que había visto el Día del Juicio!

Miré hacia el terreno donde el árbol crecía. Era el único lugar donde había hierba. La hierba se expandía rápidamente y toda procedía del árbol, y entonces comprendí que jamás olvidaría esta puesta del sol. Cuando la hierba llegó a mis pies, caí. Mi caída duró una eternidad, pero nunca llegué a tocar el suelo. Ví cómo las sombras se acercaban, y al siguiente segundo se produjo un gran resplandor. Luego sentí el suelo y me encontré otra vez en el viejo árbol. Corrí a casa y no regresé jamás a ese lugar. Tampoco pude relatar a nadie esto que me había sucedido. Pasaron los años y pese a todo comencé a olvidar mi vivencia.

Cuarenta años más tarde, una noche, salí de mi casa. Todo lo que ví fue pánico. Me pareció reconocer todo, cuando ví la luz que caía. Y cuando la luz tocó el suelo, todo se volvió negro.

No obstante, cuando desperté, yo era un árbol en un bosque.

Diez años más tarde. Un día sentí que alguien se acercaba. Era un niño. Primero no me vió. Después miró hacia arriba y me consideró el árbol más hermoso del mundo. Comenzó a trepar por mis ramas. Entonces comprendí que él era yo.

Había llegado al tope. Miró al exterior, luego hacia abajo. Perdió apoyo y cayó. Su caída duró una eternidad. Atravesó el suelo y desapareció por un segundo, luego emergió del suelo. Estaba pálido como un fantasma, del miedo. Corrió a su casa y no regresó jamás.

Cuarenta años más tarde... Ahora tengo cincuenta años como árbol y como ser humano. Una cosa he observado durante todos esos años. Es el árbol el que envejece, no el alma. Súbitamente brotó algo del suelo. Era yo, pero con una edad de diez años y como un niño. Miró a su alrededor, confuso. Repentinamente se desató un caos increíble. El Meteoro se acercaba. Se hundió en el mar, precisamente como yo lo recordaba. Todas las cosas pasaban a través de mí, y del niño. Cuando la explosión concluyó, todo había desaparecido, y entonces tuve una sensación extraña. Había comenzado a crecer hierba, rápidamente, de mis raíces. Cuando la hierba tocó al niño, éste cayó. ¿Era yo el nuevo creador de la tierra? Arroyos, montañas, aguas, todo creció tan rápido y todo se apagó, y finalmente murió el árbol y yo nací de nuevo, ahora como un niño.

Diez años después... Un día, cuando yo iba a salir al bosque, ví una sombra. Me dí vuelta y ví el árbol más hermoso que jamás había visto. Entonces recordé. Tantas preguntas, pero todo estaba sin embargo tan evidente. Miré al árbol. Y luego regresé a mi hogar.


El amigo

Había una vez un fantasma que se llamaba Aelfrick Capa Parda y estaba muy contento porque solamente le faltaban dos días para convertirse en persona pues Dios le había dado la misión de mantener a su mejor amigo con vida y si lo conseguía, se convertiría en un ser humano, pero si fracasaba sería arrojado en brazos del diablo pero solamente faltaban dos días, nada malo podía pasar, al día siguiente fue Aelfrick a la ciudad, nadie podía verlo, oírlo, olerlo ni sentirlo pero lo mejor de todo, él podía atravesar todas las cosas y puesto que ya estaba muerto podía lanzarse desde el piso 31 de un edificio sin hacerse daño, y también podía volar, pero ahora debía apurarse para llegar donde su mejor amigo, era su compañero de trabajo, ahora llegaba a su casa, Qué suerte que está vivo, mañana podré llegar por fin a mi hogar, abrazar a mis hijos y a mi esposa, él espera toda la noche, espera hasta cuando el reloj marca un segundo después de las doce, pero entonces se duerme, cuando despierta ya es un nuevo día, él grita de júbilo pero nadie lo oye, intenta saludar a una persona que pasa, pero la persona pasa a través suyo, él piensa, ¿No soy pues una persona, no soy nadie? Entonces se oyó la voz de Dios, ¿No has pensado jamás quién es tu mejor amigo? Es tu esposa, son tus hijos, toda tu familia murió cuando faltaba un centésimo de segundo para las doce, fue un escape de gas, la casa hizo explosión, tú estabas protegiendo a uno que no era tu mejor amigo, pero ya que lo hiciste tan bien, a pesar de tu error, tú y tu familia pueden volver a la vida verdadera.


Sobre el autor























David Vidales

Nació en Estocolmo, Suecia, en 1984. Es hijo de Carlos Vidales y de María-Paz Acchiardo. Cursa actualmente sus estudios de enseñanza media y piensa ser, en el futuro, programador en computación. Escribe sus relatos en sueco. Los textos que aquí se presentan han sido traducidos al español por su padre. Su estilo es coloquial, y por eso sus narraciones se prestan mas para ser leídas en voz alta. Son conversaciones, o más bien, monólogos narrativos. Aunque jamás ha leído a José Saramago sus frases surgen de la garganta con la misma fluidez que caracteriza al gran novelista portugués. Los temas de David Vidales son existenciales, metafísicos, como corresponde a la creación de un adolescente.

David es el mayor de los dos hijos de Carlos Vidales.


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