En 1898 el liberalismo colombiano estaba dividido en dos corrientes: los
guerreristas y los civilistas. Los primeros crecían cada día más en número y
recursos, empujados por la necia política de la intolerancia conservadora. Los
civilistas, al mismo tiempo que argumentaban contra la guerra y procuraban
negociar prebendas con el régimen, preparaban la infraestructura de los negocios
jugosos que la inminente guerra prometía: acaparaban alimentos, almacenaban
ropas, herramientas y armamento, concentraban miles de caballos y mulas en sus
haciendas. Pronto llegaría la ocasión de hacerse millonarios. El pueblo llamaba
a estos especuladores "los pasteleros" y hay que decir, en justicia, que había
"pasteleros" liberales, conservadores, radicales y sin partido.
Ahora bien. Aunque ya a mediados de 1898 se había resuelto romper los fuegos de
la guerra civil en Colombia, todavía debió esperar el país más de un año para
que se produjera la apertura de hostilidades. Tanto el partido liberal como el
conservador (éste en el poder) se hallaban profundamente divididos y sus
disputas internas impedían una adecuada coordinación de esfuerzos para la guerra
que todos esperaban. En medio de vacilaciones, retardos, salidas en falso,
motines locales y regionales prontamente sofocados y otros disturbios de menor
cuantía, los futuros contendientes tuvieron tiempo para aprovisionarse de
armamento y equipos, ajustar sus alianzas políticas y disponer sus efectivos
militares.
La guerra estalló, finalmente, el 14 de octubre de 1899. Las fuerzas rebeldes
iniciaron las operaciones en el Socorro (Santander), pero luego de unas cuantas
derrotas estruendosas se concentraron en Cúcuta para esperar allí las armas,
municiones y refuerzos que debería traer el caudillo Foción Soto desde
Venezuela, por la vía de Maracaibo. Esos efectos no tardaron en llegar: en enero
de 1900 penetró en territorio colombiano la primera columna de tropas, compuesta
por liberales colombianos y voluntarios venezolanos, armada y financiada por el
presidente Cipriano Castro. Éste había hecho una campaña militar admirable,
cosechando estruendosas victorias y asumiendo el poder el 22 de octubre de 1899.
Una circunstancia curiosa benefició todavía más a los liberales colombianos. El
"Mocho" Hernández, caudillo popular, se alzó en armas contra Cipriano Castro,
pero sus fuerzas fueron aplastadas por las tropas del gobierno. Viéndose
perdido, el "Mocho" Hernández obsequió sus armas a los liberales colombianos,
para evitar tener que entregarlas a Cipriano Castro. En otras palabras, las
fuerzas colombianas de Uribe Uribe y Benjamín Herrera recibieron armas y
municiones tanto de Cipriano Castro como de su enemigo el "Mocho" Hernández. En
marzo de 1900 llegaron desde Maracaibo 1.500 fusiles y un cañón, enviados por el
gobierno venezolano.
Al mismo tiempo, los liberales colombianos refugiados en Venezuela se
organizaban, con ayuda de Cipriano Castro, quien les dió pertrechos, dinero y
barcos en que transportarse hacia Colombia para participar en la guerra. En mayo
de 1900 llegó un fuerte contingente de estos refugiados, bajo el mando del
general Siervo Sarmiento, a bordo de los barcos "Rayo" y "Gaitán".
En febrero de 1901 se produjo la cuarta invasión de liberales colombianos y
venezolanos. Esta penetró por los llanos del Casanare y obligó a las fuerzas
conservadoras colombianas a dividir sus efectivos para atender este nuevo
frente.
Es en ese momento cuando el régimen conservador colombiano, pese a las
advertencias y reparos de muchos de sus seguidores, resolvió organizar una
invasión contra Venezuela para derrocar a Castro. La medida, además de ser
profundamente impolítica porque ponía a la guerra civil colombiana en riesgo de
convertirse en una conflagración internacional, era además innecesaria porque
las fuerzas liberales colombianas se batían en derrota en casi todos los frentes
de batalla.
Probablemente nunca se sabrá cómo se jugaron las cartas diplomáticas de las
grandes potencias en este episodio. Pero es un hecho, reconocido por
historiadores venezolanos y colombianos, que Cipriano Castro apoyaba a la
revolución liberal en Colombia porque existía el proyecto de reconstituir la
Gran Colombia con Castro como primer magistrado y, además, incorporando a
Nicaragua en esta nueva nación. El general ecuatoriano y caudillo liberal Eloy
Alfaro, el presidente Zelaya de Nicaragua y el caudillo liberal panameño
Belisario Porras estaban al tanto de los planes y ya desde comienzos de 1900 se
hicieron invasiones militares desde el Ecuador y Nicaragua (por Panamá) para
apoyar la sublevación liberal. En consecuencia, no se requiere mucha malicia
para deducir cuál podría ser el interés de los Estados Unidos, Inglaterra y
Francia: hacer abortar el plan grancolombiano, desmembrar el istmo propiciando
la separación de Panamá e impedir por todos los medios cualquier unión o
entendimiento entre Colombia, Venezuela, Ecuador y Nicaragua.
Así, frente al proyecto de unión grancolombiana de los liberales se alzó el
proyecto conservador de las confrontaciones fronterizas. La guerra civil daría
paso a una sucesión de guerras internacionales. Se invadió al Ecuador, el 12 de
mayo de 1900. Se amenazó con la invasión a Nicaragua, porque los liberales
panameños habían recibido ayuda de esa nación para hacer un desembarco en la
región de David. Y se organizó un ataque en gran escala contra Venezuela, con la
esperanza de transformar el conflicto liberal-conservador en una guerra entre
dos pueblos hermanos.
Para realizar sus proyectos, el régimen conservador colombiano contaba con
amigos y aliados en Venezuela. El doctor Carlos Rangel Garbiras, caudillo
tachirense de los conservadores, ex Presidente del
Gran Estado de Los Andes
, enemigo furibundo de los liberales y refugiado en Colombia, fue puesto al
frente, en calidad de General en Jefe, de 6.000 hombres de línea del ejército
colombiano y unos cuantos centenares de refugiados venezolanos. Y con esta
fuerza, poderosa sin duda para la época, se invadió la tierra venezolana el 27
de julio de 1901. Se daba así la primera curiosidad de este conflicto
internacional: el ejército invasor colombiano iba comandado por un general
venezolano, Carlos Rangel Garbiras.
Las tropas de línea de Venezuela salieron al encuentro del invasor. Cipriano
Castro proclamó solemnemente que "el sagrado suelo de la patria ha sido invadido
por un ejército de colombianos". Se combatió con fiereza y heroísmo por ambas
partes durante tres días y medio, al cabo de los cuales quedaron tendidos en el
campo más de 1.500 muertos, entre ellos el general venezolano Rosendo Medina. La
última escaramuza, en San Cristóbal del Táchira, decidió la suerte: el ejército
invasor colombiano fue derrotado y debió retirarse con el rabo entre las piernas
y con su jefe venezolano descalificado para siempre ante la opinión pública de
ambos países.
Y aquí se dio la segunda curiosidad de esta confrontación: el ejército de línea
venezolano que rechazó la invasión iba comandado por un general colombiano,
Rafael Uribe Uribe.
El general Uribe Uribe no fue nunca un militar de valía. Sus errores tácticos y
estratégicos eran proverbiales. Cosechó derrotas toda su vida y sus méritos
guerreros estan en razón inversa de sus brillantes cualidades de polemista,
parlamentario y líder civil. Debe suponerse, en consecuencia, que la brillante
victoria venezolana en San Cristóbal del Táchira se debió principalmente a un
factor sicológico universal: el soldado raso que defiende su propio territorio
tiene motivaciones mucho más fuertes para luchar y vencer que el soldado raso
que es llevado a invadir la patria de otros. Fue la tropa humilde, sufrida, de
peones y vaqueros, artesanos y campesinos, la que decidió la defensa de su
tierra.
Uribe Uribe, derrotado tantas veces en Colombia, logró una vez más el apoyo de
Cipriano Castro. A mediados de septiembre de 1901 una quinta invasión liberal,
compuesta de 800 hombres y apoyada por tres barcos de guerra que durante varias
horas bombardearon Ríohacha, logró desembarcar en las costas colombianas. El día
13, bajo el mando del general venezolano Ramón Guerra, sufrió su primera derrota
en Ríohacha, y el día 22 fue definitivamente aplastada en el combate de
Carrapacera. Con ello quedó frustrado todo el apoyo venezolano a la revolución
liberal en Colombia y, también, condenado al fracaso el plan grancolombiano.
El periódico británico
Herald
publicaba por aquellos días la siguiente nota:
Como se ve, la prensa inglesa no perdía la ocasión de descalificar moralmente
los proyectos de control grancolombiano sobre Panamá. Ellos consideraban normal
que el Istmo cayera en poder de alguna gran potencia, pero los parecía
insoportable la idea de una unión grancolombiana ejerciendo soberanía sobre este
territorio estratégico.
En julio de 1901 escribía a su gobierno, desde Londres, el diplomático
colombiano Gutiérrez Arango:
Todos estos incidentes condujeron a la ruptura de las relaciones diplomáticas
entre el gobierno colombiano del presidente conservador Marroquín y el régimen
liberal de Castro en Venezuela, en noviembre de 1901. Desde entonces, ambas
opiniones públicas han sido convenientemente aleccionadas por sus respectivos
historiadores, publicistas y maestros de escuela: según ellos, se rompieron las
relaciones a causa de las agresiones e invasiones "del otro". En ambos países se
ha ocultado que la línea divisoria no estaba entre venezolanos y colombianos,
sino entre liberales revolucionarios de ambas nacionalidades y conservadores
pro-imperialistas de ambas nacionalidades.
Muchos venezolanos pelearon en las filas liberales colombianas durante la
Guerra de los Mil Días
. El colombiano Benjamín Ruiz fue presidente del Zulia por aquellos años. Había
sido presidente de Carabobo, comisionado de Cipriano Castro ante el general
Paredes, hombre de confianza de Castro y perseguido por sus ideas
revolucionarias en varios países del continente. Ruiz ocupó la ciudad colombiana
de Cúcuta durante casi una semana (1900), pero debió evacuarla a causa del feroz
sitio a que fue sometido por las fuerzas gubernamentales colombianas. También
hubo combatientes cubanos, ecuatorianos, salvadoreños y nicaragüenses en las
tropas revolucionarias de Colombia. Uno de los más importantes generales
liberales, Avelino Rosas, había peleado en Cuba en favor de la independencia, a
las órdenes de Maceo, y trajo a Colombia el
Manual de Guerrillas
que los mambises habían usado para su guerra patriótica. Avelino Rosas empleó
los métodos guerrilleros de Maceo en el frente del sur, pese a las protestas del
caudillo Uribe Uribe, que se oponía al uso de las guerrillas.
En fin, la
Guerra de los Mil Días
concitó un enorme interés entre todos los liberales antiimperialistas de la
región y en esa perspectiva debe entenderse el odio con que fueron atacados
Cipriano Castro de Venezuela, José Santos Zelaya de Nicaragua, Eloy Alfaro del
Ecuador y Rafael Uribe Uribe de Colombia.
Uribe Uribe terminó asesinado por dos sicarios que le partieron el cráneo con
dos hachuelas, en 1914, cuando nuevamente su figura se levantaba en reclamo de
la soberanía colombiana, en vísperas de la inauguración del Canal de Panamá.
Eloy Alfaro debió enfrentar conspiraciones conservadoras financiadas desde
Londres y Washington, hasta que finalmente fue descuartizado por una muchedumbre
azuzada por agentes de la reacción y de las embajadas extranjeras.
José Santos Zelaya fue desalojado del poder a la fuerza, por una conspiración
conservadora financiada por los Estados Unidos, que colocó en el poder al
incondicional Adolfo Díaz, servil juguete del amo yanqui.
Cipriano Castro tuvo que hacerle frente a una "Revolución Libertadora"
financiada por Francia e Inglaterra y organizada por venezolanos traidores a su
patria. Fracasado el intento, las potencias recurrieron al bloqueo y a la
agresión armada, con el apoyo diplomático cómplice de los regímenes
conservadores del continente. Solamente el gobierno argentino tuvo el coraje de
proclamar su apoyo a Venezuela.
En otras palabras, si hubo una alianza liberal para reconstituir la Gran
Colombia y para hacerle frente a las fuerzas imperialistas en 1900, también hubo
una alianza reaccionaria para frustrar este proyecto histórico y para desmembrar
nuestras naciones y nuestra identidad.
Hay que reconocer que, por desgracia, los fracasos militares del liberalismo
colombiano lo condujeron a una situación desesperada y fueron caldo propicio
para el desarrollo de tendencias derrotistas y antipatrióticas. Ya en enero de
1902, acosado por la desesperanza, el general Foción Soto intentó ganarse el
apoyo de los Estados Unidos en la contienda civil, con esta declaración
vergonzosa:
Por su parte, el periodista Manuel María Aya escribió en el periódico
Sumapaz
, órgano de las guerrillas liberales de Cundinamarca:
Y así, mientras muchos liberales de nota claudicaban y se hundían en el fango
de la traición, el caudillo de Venezuela se mantenía erguido frente a las
potencias imperiales. La figura de Cipriano Castro se engrandece cuando se
estudian estos acontecimientos con ojos sinceros y desprovistos de prejuicios.
C.V. (c)
En junio de 1898 se reunieron en Zipaquirá los liberales guerreristas Foción
Soto, Rafael Uribe Uribe, los hermanos Neira, Zenón Figueredo, MacAllister,
Pablo E. Villar y otros, para trazar los planes conducentes a la declaratoria de
guerra civil y el inicio de las hostilidades. Unánimemente se acordó que el
departamento de Santander fuera el escenario de los primeros combates, no
solamente porque la mayoría de su población era liberal sino además porque era
fronterizo con Venezuela y se pensaba coordinar los movimientos con la
revolución que fomentaba el general Cipriano Castro en el país vecino.
y Foción Soto (der.) en 1900.
No era Venezuela el único aliado potencial de los revolucionarios colombianos.
Los principales jefes del alzamiento liberal habían establecido contactos con
los gobiernos de Nicaragua, El Salvador y Ecuador, y con los caudillos liberales
de Venezuela. Cipriano Castro contó desde el primer momento con las simpatías
más calurosas de los rebeldes colombianos. Tanto antes de iniciarse la guerra
civil como durante los períodos más ardorosos del conflicto, el general Rafael
Uribe Uribe, caudillo de las fuerzas liberales, mantuvo estrechas relaciones con
Cipriano Castro y ajustó más de una vez sus operaciones a las necesidades de su
aliado venezolano. De hecho, las primeras demoras en la ruptura de hostilidades
tuvieron relación con esta alianza: el 22 de mayo de 1899 el general Cipriano
Castro partió desde territorio colombiano, cruzó la frontera al frente de 63
partidarios, y el día siguiente lanzó su proclama de guerra en Capacho: "No más
farsa, no más opresión, no más tiranía". Los liberales colombianos lo habían
apoyado y alentado, ahora esperaban que él les devolviera el favor.
Estos barcos regresaron a Venezuela para traer el resto de las fuerzas, pero
entonces se produjo la feroz derrota liberal en la batalla de Palonegro y el
gobierno de Colombia se irguió, arrogante, como un implacable vencedor. Ante la
nueva situación, Cipriano Castro optó por asumir una actitud neutral y se
incautó de los barcos y el resto de los pertrechos, paralizando la ayuda a sus
aliados colombianos. Esta situación no duró mucho, por dos razones: primera,
porque gran parte de los rebeldes liberales, destrozados en Palonegro, se
dispersaron en guerrillas y la guerra se expandió, en lugar de extinguirse; y
segunda, porque el general liberal Rafael Uribe Uribe se dirigió a Venezuela y
logró convencer a Cipriano Castro de que el triunfo liberal dependía de la ayuda
venezolana. En consecuencia, en diciembre de 1900 partió de San Antonio del
Táchira una fuerza colombo-venezolana de 2.200 hombres, pertrechada y financiada
por Cipriano Castro, cruzó la frontera y se puso a disposición del ejército
liberal.
de la batalla de Palonegro.
Hay muchas razones para creer que Cipriano Castro ha entrado en una
conspiración con los presidentes del Ecuador y Nicaragua y los jefes
revolucionarios de Colombia, animados por el propósito de unir 4 países en una
sola confederación, con Bogotá por capital. Se sabe en los círculos diplomáticos
de Bogotá, Caracas y Quito que durante un año el presidente Castro ha estado
fraguando aquel plan y que ha dado abiertamente poderosos y frecuentes auxilios
a los revolucionarios de Colombia, con absoluto menosprecio de todo principio de
neutralidad y aun de decencia. Detrás de ese aparato teatral de la unión de las
cuatro repúblicas mencionadas con un solo gobierno, se descubre un plan
financiero. Se le ha ocurrido al presidente Castro que este plan, por el cual él
y sus socios pueden obtener posesión de todo el Istmo de Panamá y de todas las
rutas del canal, es quizá una grande empresa de muchos y provechosos resultados.
Un diplomático europeo.
Me enteré en Londres que Venezuela está comprando armas y buques de guerra para
prepararse contra Colombia. El Ecuador envió agentes a comprar armas en Francia.
De Bélgica despacharon ya 40.000 rifles y varios millones de cartuchos. Buscan
por todos los medios el triunfo del partido liberal colombiano, aun haciendo una
guerra internacional si fuere necesario. Nicaragua es el país encargado de hacer
las provocaciones que den este resultado y Zelaya (su presidente) sigue enviando
invasiones a Panamá.
Si el resultado final de la presente guerra favorece a los liberales, nosotros
tomaremos sin duda posesión de esas propiedades (las obras del canal de Panamá)
en 1904 y las venderemos a los Estados Unidos.
Es difícil conservar lo que todo el mundo codicia. Solicitemos de los Estados
Unidos que tome la soberanía sobre el canal de Panamá, en vez de nosotros, y nos
dé por cederle nuestro derecho, 100 millones de dólares.
Estocolmo, 1997.