La violencia en Colombia (II)


Antes de iniciar esta segunda parte, debo agradecer a la Embajada de Colombia en Estocolmo por la gentileza de enviarme abundante material informativo sobre los esfuerzos del actual gobierno en pro de la paz y de los derechos humanos en el país. Verdaderamente, la sola lista de iniciativas de la Presidencia de la República en esta materia es impresionante. Por desgracia, más impresionante aun resulta constatar que a pesar de tan autorizados esfuerzos la matanza continúa en Colombia, a un ritmo de 45.000 muertos por año. Esto parece confirmar la tesis principal de este trabajo: la violencia colombiana, con participación activa del estado y sus agentes, se realiza al margen de la buena o mala voluntad de sus gobernantes transitorios.



Los caudillos

La fragmentación regional, los intereses locales y las luchas por el reparto del poder dieron lugar al surgimiento de los grandes caudillos militares, que en Colombia se llamaban a sí mismos "Los Supremos". Eran jefes endurecidos en las guerras de la independencia, propietarios de inmensos latifundios, dueños y líderes de sus propios ejércitos particulares, que se organizaban con los peones de sus haciendas y con los peones que aportaban los grandes compadres del caudillo, sus favorecidos y socios en el manejo de la red regional de poder. Las definiciones ideológicas, en nombre de las cuales se organizaban guerras civiles que degeneraban en sangrientas carnicerías, no eran tan importantes como parecían a primera vista. Un caudillo podía matar miles de hombres en nombre del ideal liberal, pero en la siguiente guerra civil estaba masacrando con igual frenesí, en nombre de la causa conservadora y de la Santa Madre Iglesia Católica Apostólica y Romana.

La práctica de cambiar de principios como quien se cambia la camisa se había introducido en las guerras de la independencia. Bastará recordar que el general José María Obando fue un oficial realista que hizo la guerra contra los patriotas de manera sádica e implacable hasta 1821, es decir, hasta dos años después de la batalla de Boyacá. Bolívar lo recibió con los brazos abiertos cuando Obando se convenció de que era buen negocio cambiar de partido. Años más tarde, Obando se presentaba a sí mismo como el campeón de la libertad y llamaba a Simón Bolívar "el tirano". Bolívar murió solo y despreciado, camino del destierro, pero Obando vivió lo suficiente para llegar a la presidencia de la república como héroe de las ideas liberales y, más tarde, morir asesinado por otros "campeones de la libertad".

El asesinato político fue establecido por estos caudillos como una forma natural de la lucha por el poder. Asesinado fue el Gran Mariscal de Ayacucho, Sucre, quien debía suceder a Bolívar en 1830. Asesinado fue el general José María Córdova, estando indefenso y prisionero. Asesinados fueron, a lo largo de las guerras civiles, innumerables caudillos liberales y conservadores, radicales e independientes. A comienzos de este siglo, el gran caudillo liberal y masón, Rafael Uribe Uribe, jefe de las huestes liberales en la Guerra de los Mil Días (1899-1902), no encontró la muerte en los campos de batalla sino en pleno centro de Bogotá, al lado del Congreso Nacional, cuando dos asesinos a sueldo le despedazaron la cabeza a hachazos.

El general Tomás Cipriano de Mosquera es el ejemplar más perfecto del caudillo colombiano: cambió de partido varias veces, organizó varias guerras civiles y conquistó la presidencia de la república cuatro veces. Cada vez que entraba triunfante en la capital organizaba fusilamientos a su antojo. Tenía la mandíbula inferior de plata porque un cañonazo le había barrido la cara en una de sus asonadas. Mantenía una oficina de compra de armamento en Nueva York, que funcionaba a tiempo completo en los períodos de paz, intervalos que en Colombia han sido siempre los períodos de preparación de la siguiente guerra. Naturalmente, Tomás Cipriano de Mosquera es el único prócer que tiene una estatua en el patio principal del Congreso de la República.


La expansión interna

La expansión interior, la conquista de la frontera interna, fue un proceso bastante violento en todos los países latinoamericanos. Pero en la mayoría de ellos fue un proceso que había completado su ciclo hacia 1890. En Argentina, la Conquista de la Pampa significó el exterminio de la población indígena, que se cumplió en el curso de dos décadas. En Uruguay bastaron unos cuantos meses para hacer desaparecer los restos últimos del pueblo aborigen. En Chile, por razones del original desarrollo económico del país, se realizó primero una violenta expansión externa, conquistando y anexando enormes territorios peruanos y bolivianos. Solamente después de haber asegurado sus conquistas hacia el norte, el estado chileno llevó a término la conquista de la frontera interna, sometiendo a los mapuches de la Araucanía.

En Colombia, la expansión interna no ha concluido. Las primeras regiones de colonización fueron, en la época colonial, los territorios del noreste. Allí hubo intensa violencia hasta mediados del siglo 18. Luego se intentó la colonización del Tolima y la provincia de Mariquita (Caldas), proceso que se cumplió entre 1800 y 1850 aproximadamente, para dar paso a la gran colonización antioqueña, que movilizó tantas fuerzas durante la segunda mitad del siglo pasado. Las violencias sucesivas de este siglo han creado oleadas de colonización en las selvas del sur (Vichada, Vaupés) o en regiones semiselváticas de gran productividad como el Caquetá. Los Llanos orientales, lindantes con Venezuela, sufrieron un intenso proceso de poblamiento durante la Gran Violencia de los años 50 y allí surgieron las primeras "repúblicas independientes" de la historia nacional, cuando los grandes líderes guerrilleros liberales (Guadalupe Salcedo, Eliseo Fajardo, Dumar Aljure) establecieron territorios autónomos con democracia directa y leyes propias.

En estos mismos momentos se están creando condiciones para una nueva oleada colonizadora, ya que la violencia ha producido cerca de un millón de desplazados que ejercen una enorme presión demográfica en regiones y provincias ya debilitadas por violencias anteriores. Esto conducirá, sin duda, a fuertes movimientos de migración interna y a nuevas conquistas de las inmensas fronteras interiores del país.

Las sucesivas colonizaciones han impulsado el mestizaje múltiple del pueblo colombiano, enriqueciendo su diversidad cultural. Pero también han significado una expansión de la violencia y, en los últimos decenios, un gran aumento de las áreas de cultivos ilegales (coca y amapola) que, como voy a mencionar más adelante, constituyen otro de los grandes factores de la violencia colombiana.


Las guerras civiles

Como ya he señalado, las guerras civiles significaron, en Colombia, una continuación de la Guerra a Muerte, casi sin interrupción, desde la disolución de la Gran Colombia hasta 1861. En ese año comenzó a tomar cuerpo, por primera vez en la historia republicana, un acuerdo de los partidos para respetar la vida de los prisioneros de guerra y de los heridos en el campo de batalla, que hasta ese momento habían sido sistemáticamente sacrificados. Existen al respecto anécdotas horribles. En alguna de las numerosas guerras civiles regionales, un jefe militar introdujo el sistema del "fusilamiento a machete": si el prisionero no disponía de los dos pesos que costaba la munición para fusilarlo, se le mataba a machetazos. En otra de esas carnicerías, los caudillos militares de ambos bandos decidieron sacrificar no solamente a los prisioneros y heridos del bando contrario, sino también a los heridos del propio bando que no pudieran caminar por sus propios medios. El pueblo colombiano, los campesinos, artesanos, estudiantes, indígenas, masas empobrecidas reclutadas a la fuerza en estas orgías de sangre, no han tenido otra escuela que ésta durante más de siglo y medio. Esto es lo que las oligarquías han enseñado, esta ha sido la educación cívica del pueblo trabajador.

Entre 1810 y 1824 sufrimos las guerras de la independencia.

En 1829 estalló la guerra en Antioquia, dirigida por el general Córdova.

En 1830 tuvimos una guerra breve contra el Perú y numerosas guerras civiles regionales.

En el período 1839-41 se libró la horrenda "Guerra de los Supremos". Entre 1843 y 1850 hubo incontables asonadas y motines locales y regionales.

En 1851 se alzaron en armas los esclavistas para impedir la abolición de la esclavitud y para derrocar al presidente José Hilario López, quien además de decretar la libertad de los esclavos apoyó a las organizaciones de artesanos y realizó la primera Reforma Agraria en la historia del país.

En 1854 el general José María Melo dio un golpe de estado apoyado por los artesanos y las Sociedades Democráticas, lo cual produjo un levantamiento general de la oligarquía. El baño de sangre concluyó con fusilamientos en masa de artesanos y el destierro de más de dos mil de ellos a las regiones inhóspitas del Darién.

En el período 1859-62 tuvimos otra guerra (mejor dicho, muchas guerras provinciales entrelazadas en una sola gran conflagración) cuyo resultado fue el triunfo del federalismo, afianzado a sangre y fuego en la terrible guerra de 1876-77.

Los excesos del sistema federal condujeron a la reacción que se conoce con el nombre de "Regeneración Nacional", movimiento liberal-conservador que se impuso en la guerra de 1884-84 y que implementó la Constitución de 1886, vigente en Colombia hasta 1991.

En 1895 se libró una breve pero muy sangrienta guerra civil, que debe ser vista como el preludio de la inmensa conflagración de 1899-1902 (Guerra de los Mil Días).


La Guerra de los Mil Días

La Guerra de los Mil Días abrió en el país una herida que no se ha cerrado. En ella se aplicaron sistemáticamente los métodos de exterminio de pueblos enteros. Durante tres años fue saqueado el campo colombiano, dejando agotados los recursos naturales y humanos de la nación. La ocasión fue aprovechada por nuestros amigos del Norte para darnos prueba de su amistad en el istmo de Panamá. Las cañoneras norteamericanas impidieron a la flota colombiana desembarcar en tierra panameña y la independencia de Panamá se consumó por obra y gracia de la estúpida política de la oligarquía colombiana, unida a la felonía yanqui.

Al comenzar el siglo, la hegemonía conservadora impuso un régimen muy represivo, tanto en lo material como en lo espiritual. Se intentó imponer un modelo de desarrollo que en muchos aspectos evoca la dictadura de Porfirio Díaz en México, pero que en Colombia estuvo marcado por el servilismo más absoluto a los caprichos más retrógrados del Vaticano y la Iglesia Católica. El naciente movimiento obrero fue reprimido con ferocidad. Fueron frecuentes las huelgas heroicas, con balaceras y muertos. Durante la década de los años 20 se crearon sindicatos textiles, ferroviarios, de la alimentación, de los petroleros, de las bananeras. Muchos de ellos fueron organizados por mujeres. Los pioneros de la organización proletaria fueron anarquistas, socialistas, comunistas. En 1928 se produjo la horrible matanza de las bananeras, con casi dos mil víctimas, y esto causó el inicio del derrumbe de la hegemonía conservadora, pero también el punto de partida del moderno populismo colombiano. En efecto, el joven parlamentario liberal Jorge Eliécer Gaitán tomó la bandera de la lucha contra la United Fruit y del castigo a los asesinos de las bananeras, ganó el proceso parlamentario y luego el proceso penal, logró la expulsión de la United Fruit del país y dio con ello comienzo a una impresionante carrera política de lucha contra las oligarquías.


La república liberal

El régimen conservador fue derrotado en las elecciones de 1930 y así se inició el período de la República Liberal.

La presencia del movimiento gaitanista obligó al partido liberal a radicalizar sus posiciones. Toda la década del 30 fue de incontenible ascenso del movimiento popular. Tanto el gaitanismo como el Partido Comunista (fundado en 1930) crecían de manera sostenida. Las asociaciones campesinas organizadas por los comunistas chocaban a veces con las ligas campesinas de Gaitán, pero era también frecuente que realizaran acciones conjuntas. En esa década hubo dos movimientos armados en el agro: el que organizó en 1932 el entonces secretario general del Partido Comunista, Luis Vidales (mi padre) en el norte de Cundinamarca, centro-sur de Boyacá y centro del Huila; y el que dirigió el líder indígena Quintín Lame en las cordilleras del Cauca. Pero además tuvimos una guerra internacional (con el Perú) que desangró la economía nacional y produjo daños muy graves en las relaciones entre los dos pueblos.

Entretanto, la "Revolución en Marcha" impulsada por la dirección del partido liberal intentaba reformas importantes. Aunque la gran jefatura oligárquica de ese partido seguía siendo reacia a los cambios, Gaitán había movilizado a las bases obreras y campesinas, así como a muchos dirigentes regionales y provinciales. Se reglamentó la propiedad de la tierra, señalando su función social. Se dictaron las leyes del trabajo. Se garantizó el derecho de asociación. Los arrendatarios del campo y minifundistas tuvieron instrumentos para enfrentarse, por primera vez, al gran latifundio.

Pero la República Liberal terminó empantanada en la corrupción de sus gobernantes. Los escándalos se sucedían en la prensa y la radio, mientras el abismo entre los oligarcas liberales y el movimiento gaitanista se iba haciendo más profundo. Después de áspero debate parlamentario contra el presidente López Pumarejo, la oligarquía liberal logró dividir al propio partido para impedir el triunfo de su propio candidato popular. Con dos candidatos, el liberalismo perdió frente a un candidato conservador único. Pero entonces, en la perspectiva de las elecciones siguientes, quedaban solos en la arena política dos gigantes capaces de movilizar enormes masas: el liberal Jorge Eliécer Gaitán, populista, muy radical, extraordinariamente honesto y muy progresista; y el conservador Laureano Gómez, "El Monstruo" fanáticamente tradicionalista, pro-franquista, excelente orador y temible polemista.

(Continúa en el próximo número).

Carlos Vidales
Estocolmo, 1997.