Memorias de un burro

VI- José Antonio Galán
(Donde se habla de las grandes virtudes morales y políticas de José Antonio Galán, sin minimizar por ello sus defectos y errores. Los sectarios, dogmáticos y monaguillos de la historia pueden irse a comer caca a otra parte, porque este pasto no es para ellos)


Muy bien, se acabaron las vacaciones. Espero que vuestras mercedes se hayan divertido en sus ajetreos y quehaceres cotidianos. Mis vacaciones consistieron en quedarme en la casa de don Carlos Vidales, mientras él y sus hijos andaban por tierras extranjeras, metiéndose al mar y echándose a tostar al sol en las playas de algún país exótico. Al regreso de don Carlos descubrimos que su casa estaba un poquito desordenada, debido probablemente a unas reuniones sociales que hice ahí con unas burras amigas mías. El arreglo nos tomó varias semanas. Me refiero al arreglo del mal humor de don Carlos Vidales (viejo cascarrabias). Por eso estoy ahora, con retraso, intentando retomar el hilo de mi narración. Les ruego que me disculpen la larga ausencia. Yo también he pensado mucho en vuestras mercedes.

Pero volvamos al cuento de los Comuneros. Habíamos quedado en que José Antonio Galán llegó con sus soldados rebeldes a Honda, después de la famosa firma de las Capitulaciones de Zipaquirá. El comandante Berbeo le había dado orden de capturar al odiado Visitador Gutiérrez de Piñeres, vivo o muerto, pero cuando Galán entró en Honda se encontró con la novedad de que el Visitador ya había salido de allí, huyendo en alas del pánico, por el río Magdalena, en dirección a la costa.

En realidad, el propio Galán había provocado esa fuga. Porque varios días antes de llegar a Honda había escrito, desde Guaduas, una carta secreta al Visitador, diciéndole que por favor se escondiera "debajo de la tierra", porque él venía con órdenes de matarlo, y que no se fuera por el río Magdalena, porque estaba infestado de tropas comuneras, y que lo mejor que podía hacer era esperarlo para arreglarse con él, o como decía textualmente "hablando si quiere Vuestra Merced conmigo a solas".

Por supuesto, cuando el Visitador recibió esa misiva, se dio cuenta de que Galán quería tenderle una trampa para poderlo capturar, y decidió que era menos peligroso aventurarse por el río Magdalena que esperar al capitán comunero. Y fue tanto el apuro y el miedo y el espanto, que el pánico del Visitador y su comitiva se regó como una peste a lo largo del río, y una incontable muchedumbre de caimanes, tortugas, peces, cangrejos y sapos inició una estampida pavorosa, río abajo, y sólo se detuvo cuando todos esos animalitos inocentes estuvieron adentro de las barrigas de los tiburones que merodeaban por los alrededores de Barranquilla.

Yo conocí la carta de Galán, porque pasó de mano en mano, entre muchos de los periodistas y corresponsales que habían llegado a Honda a cubrir las noticias de la rebelión. Don G. Arciniegas comentó de inmediato que la carta le parecía una prueba incontestable del profundo genio político y militar de Galán, quien era, según decía "un mestizo enorme". A mí eso me parecía una exageración, porque, para empezar, la carta había provocado la huida del Visitador, en lugar de ayudar a su captura; y para seguir, Galán tenía apenas un metro con sesenta y dos de estatura, y lo de "enorme" lo debía tener escondido en alguna parte, porque yo no se lo vi nunca.

Otro de los cronistas que andaba para arriba y para abajo tomando notas, escribió en su cuaderno cosas horribles, afirmando que esa carta secreta demostraba que Galán era un traidor, que quería entenderse en secreto con el enemigo del pueblo. La cosa me pareció también exagerada y un poquito absurda, si se tiene en cuenta que ese cronista era pariente directo del arzobispo Caballero y Góngora y, en consecuencia, todo lo que hacían los comuneros le parecía infame y todo lo que hacía su pariente el arzobispo le parecía maravilloso.

Digo todo esto para indicar que, desde el primer momento, los sabios, historiadores, cronistas, escribientes y cagatintas de todo tipo que escribían algo sobre esta tremenda rebelión, lo hacían más resolver algún problemita personal (recomendar a un pariente, calmar el complejo de Edipo, echarle vainas a un enemigo ocasional, etc.) que para tratar de entender qué era lo que estaba pasando en el país. Desde entonces se han usado los mismos métodos y esta es la razón profunda por la cual ahora se necesita que un burro venga a explicar a vuestras mercedes la historia del pueblo trabajador.

Pues bien, el pueblo trabajador, o sea la chusma, recibió a Galán en Honda con los brazos abiertos. Una masa de mulatos, mestizos, indios, zambos, patitorcidos, narizones, orejudos, despeinados, mugrosos, grasientos, piojosos y todo lo demás que vuestras mercedes quieran agregar, se juntó amenazadora frente a la casa del gobernador, atacó a los alguaciles y guardas de rentas con piedras y palos y garrotes, y los obligó a atrincherares, aterrados y temblorosos. Hasta ahí todo estaba muy bien. Pero esa masa enfurecida de trabajadores honrados y modestos hizo algo que habría de cambiar por completo el destino del alzamiento. Lo que hizo fue gritar al unísono, todos a una como en Fuenteovejuna, este grito espantoso:

— ¡Que viva Galán y mueran los blancos!

Don G. Arciniegas, que en ese mismo instante estaba montado en mi lomo, aplaudió con entusiasmo mientras decía:

— ¡Maravilloso! ¡Qué pueblo tan formidable! ¡Esta sí que es una revolución!

Yo pensé para mis adentros: "¡Esta sí que es una estupidez! Ahora los rebeldes tendrán en su contra a todos los blancos, ricos y pobres. Ahora, un alzamiento que había comenzado como un reclamo iracundo y justo de todos los pobres trabajadores contra los ricos y parásitos jerarcas del poder colonial, se va a volver un enfrentamiento entre las gentes del mismo pueblo según el color de la piel. Ahora no habrá posibilidad de que el movimiento crezca, se expanda, se difunda. A partir de ahora, el movimiento comienza a disminuir en fuerza, en tamaño, en importancia y en capacidad de combate". Todo eso lo pensé para mis adentros, pero no dije nada porque no está bien que un burro ignorante se ponga a discutir con el cachaco intelectual que lleva encaramado en el lomo. Eso será tal vez posible, cuando los cachacos carguen a los burros y los burros sean los que mandan.

Pues dicho y hecho. Cuando se difundió la noticia de lo que había pasado en Honda, muchos capitanes comuneros que habían regresado a sus pueblos en virtud de la firma de las Capitulaciones, acudieron en tropel donde don Juan Francisco Berbeo y le pidieron que mandara poner preso a Galán ipso facto e incontinenti, sin darle tiempo a decir ni pío. Hay que decir aquí, de paso, que la inmensa mayoría de los capitanes comuneros eran blancos y pertenecían a lo que podríamos llamar la "clase media" del virreinato. Berbeo se encogió de hombros y dijo que Galán no estaba en territorios de su jurisdicción y que además ya había dado orden a un capitán para que fuera a decirle a Galán que las Capitulaciones estaban firmadas y que todos los comuneros debían regresar a su casa. Esto último era verdad, pero Galán ya había dicho que él no reconocía ningunas Capitulaciones y que él se iba a levantar todo el Llano Grande.

En efecto, la influencia revolucionaria de Galán pronto se hizo sentir en toda la provincia de Mariquita y el Llano Grande. Para los jovencitos, o sea los que nacieron después de 1840, conviene informar que esos territorios cubrían los actuales departamentos de Caldas, Quindío, Risaralda, Tolima y Huila. Además, las masas indígenas y mestizas de la zona noroccidental de Cundinamarca se sumaron a la rebelión galanista, y lo mismo ocurrió en grandes regiones de la jurisdicción de Popayán, que entonces pertenecía a la Audiencia de Quito.

Al salir Galán de Honda, enfurecido contra los blancos como era su costumbre, se dirigió hacia Mariquita, ocupándola con una fuerza de cuatrocientos hombres armados y llenos de verraquera. De allí avanzó sobre las minas de Malpaso, que eran de propiedad de don Vicente Diago, un gallego muy realista que había ayudado a huir al maldito visitador. Para castigarlo, Galán soltó a todos los esclavos de don Vicente Diago, con lo cual lo arruinó y lo dejó vuelto una mierda, porque es bien sabido que un esclavista sin esclavos que le den de comer, se muere de hambre. De ahí salió el rumor de que Galán había decretado la libertad de todos los esclavos y la abolición absoluta de la esclavitud. Pero la verdad es que este incidente fue un solo hecho circunstancial, importante sin duda, pero que no implicaba una clara ideología antiesclavista de parte de Galán. Sea como fuere, el episodio echó todavía más leña al fuego del terror, el pánico y el pavor que causaba la sola mención de este rebelde. Si uno quería ver a una señorita tendida en el suelo, bastaba decir "¡Galán!", y en un dos por tres estaba ella con las patas al aire, descompuesta y desmayada. Los polvoreros estaban al borde de la ruina, porque durante los días de mercado todos los niños habían dejado de comprar pólvora y petardos para espantar a las viejas beatas: ahora solamente gritaban "¡Galán!", y en un par de segundos producían un caos de viejas aterrorizadas, corriendo para todos lados, dando alaridos y rogando piedad a Dios Nuestro Señor.

Avanzando hacia el sur, Galán proclamó su fidelidad al rey Inca Túpac Amaru, ignorando que ya el 18 de mayo de 1781 había sido salvajemente descuartizado el inmortal rebelde peruano, en la plaza del Cuzco. Es que por desgracia Galán no tenía buenos correos a su disposición, el Internet no existía entonces y los tacaños del periódico "Macondo", de Lund, Suecia (pasquín que publica estas crónicas), decían que no había fondos para enviar ejemplares a Colombia. Así que Galán se quedó jurándole fidelidad a un rey que ya había sido destronado, descuartizado y borrado de la faz de la tierra. Tan ignorantes como su caudillo, los pobres y oprimidos del Espinal, Nilo, Melgar, Santa Rosa, Coello, Chaparral, Guamo, Upito, Neiva, Purificación y otros lugares, se alzaron con entusiasmo y proclamaron que ya no obedecían al rey Carlos III de España y que sus funcionarios y representantes bien podían irse a comer mierda a otras latitudes. Una inmensa simpatía de las masas "de colores" (o sea, negros, mulatos, zambos, indios y mestizos) rodeó a Galán y los odios seculares de castas que bullían en el interior del movimiento comunero se desataron con furia, dando lugar a las sublevaciones de los mulatos de Guarne, los nativos del Caguán, los indios, mestizos y negros de Aipe, Villavieja, Fortalecillas y El Volcán.

Fue ésta la hora más luminosa de José Antonio Galán. Había desatado un proceso revolucionario, gestado en las entrañas mismas de la rebelión precedente. Pero ese proceso no podía avanzar, ni mucho menos triunfar. Primero, porque la derrota y muerte de Túpac Amaru en el Perú dejaba sin cabeza y sin horizontes la estrategia revolucionaria autóctona. Segundo, porque la "guerra de colores" o de castas que se había desatado, aislaba al movimiento y colocaba a los blancos, incluidos los blancos pobres, honrados y trabajadores, en contra del alzamiento. Y tercero, porque las limitaciones propias de la época y el mínimo desarrollo ideológico, cultural y político de las masas oprimidas, incluido su jefe, se expresaron en errores tácticos y estratégicos formidables y definitivos.

Y este es un punto que conviene aclarar, porque muchos historiadores han dicho que Galán era poco menos que un genio político. Don G. Arciniegas y otros han afirmado que había estudiado en San Bartolomé y que era muy culto, muy chévere y tal. No, mis amigos. Galán era un hombre del pueblo. Más todavía, era un hombre del pueblo de la Nueva Granada en 1781. Su oficio era el de peón jornalero. Y los peones jornaleros de la Nueva Granada en 1781 no tenían títulos de doctores en agronomía, ni de San Bartolomé ni de ningún otro colegio. De manera que vuestras mercedes pueden en este mismo instante escoger: o bien se tragan el cuento de Caperucita Roja junto con el de Blanca Nieves y los Siete Enanos y el de Galán Licenciado en San Bartolomé, o bien se tragan el trago amargo de saber que Galán no era ningún cachaco fino sino un hombre del pueblo, simple, sencillo, trabajador, bebedor de aguardiente y jugador de naipes.

Supongo que los que continúan leyendo mis memorias, a partir de esta línea, son los que ha escogido la segunda opción. Bienvenidos al mundo de la realidad. Galán no pudo crear una organización sólida y estable, porque no sabía cómo hacerlo. Allí donde llegaba, impulsaba un alzamiento y una desobediencia, un alboroto y la ruptura de los vínculos con la autoridad. Pero nada más. No construyó un verdadero ejército popular como el de los Comuneros de Berbeo, con 20.000 hombres armados, regimentados y disciplinados, organizados en compañías, con correos, con información, con un sistema eficaz de abastecimiento y financiación.

Muchas veces tuve yo, pobre burro, ganas de preguntarle: "A ver, José Antonio, dígame cómo va a financiar los gastos de su revolución. Usted ha declarado que todos pueden destilar aguardiente y cultivar tabaco y explotar la sal libremente, y por eso todos los pobres están muy contentos con usted. Pero si usted no establece estancos de aguardiente y de sal para financiar la revolución, no va a tener dinero para comprar las armas que se necesitan para derrotar al enemigo, ni para la comida de las tropas, ni para la formación de los jefes, ni para organizar nada. Lo peor de todo, lo imperdonable, es que no va a tener dinero para darnos pasto de buena calidad a nosotros, los burros y las mulas que tanto hacemos por la revolución. Y ya que estamos en confianza, dígame otra cosita: de todos los lugares donde usted tiene influencia, muéstreme uno solo donde usted haya establecido reformas en la propiedad de la tierra, donde haya organizado un gobierno local, donde haya construido alguna forma nueva de organización social y política. No, mi amigo, yo ya estoy viendo que usted es muy valiente, muy del pueblo y tal, pero con poca política en la cabeza".

Pero todo esto yo lo pensaba para mis adentros, sin decírselo a Galán, porque no está bien que un burro ignorante se meta a discutir con el jefe de una revolución popular. Además, don G. Arciniegas andaba metido por ahí, por todas partes, aplaudiendo hasta los pedos que se tiraba Galán (dicho sea con perdón de las señoras, las señoritas y mis narices) y desde entonces aprendí que todas esas pendejadas de finanzas, organización, economía, recursos, correos, abastecimientos, pasto, disciplina, intendencia, municiones y cosas parecidas, son detalles insignificantes que no cuentan para los historiadores. Aprendí que la historia que vuestras mercedes quieren aprender es la historia de los discursos, las frases inmortales, la retórica, los uniformes brillantes y los grandes salones de baile. Aprendí que la historia de cuánto cuesta un ejército, cómo se arma, cómo se mantiene y se desarrolla, qué hay detrás del escenario luminoso, cuánto trabajo y sudor y sangre y esfuerzo y lágrimas hay debajo de cada triunfo político y militar, todo eso son asuntos sin importancia, que solamente interesan a los burros.

Pero además, Galán desarrolló una política agresiva, de ataques contra los antiguos jefes comuneros, lo cual contribuyó a que ellos se unieran estrechamente con el régimen para aplastar a la nueva rebelión, acelerándose de esta manera el proceso de conservatización de esos capitanes. Galán no pudo, o no quiso, o no supo aplicar una política de alianzas hábil y flexible para ganar fuerzas y sumar aliados. Por el contrario, se aisló cada vez más. Quien no pensara exactamente como él, era motivo de sus ataques. Yo no sé muy bien si esta actitud fue inventada por él, y luego aplicada por todos los rebeldes que han aparecido a lo largo de la historia colombiana, o si se trata de una actitud que ya era desde mucho antes un código cultural metido en lo más hondo de la conducta popular. Sea como fuere, se trata de la actitud política más estúpida que yo haya podido presenciar en los ochenta mil años que llevo en tratos con la especie humana. Me asombra, me indigna y me repugna constatar que hoy, a finales del siglo XX, todavía hay grupos políticos en Colombia que aplican consecuentemente esta política suicida. Cada vez que abren la boca no es para ganar nuevos amigos, sino para crearse nuevos enemigos y sembrar nuevas discordias. A esto le llaman "beligerancia" o, peor aún, "consecuencia en los principios".

Esto le ocurrió a Galán. En cada pueblo que invadía, insultaba al alcalde, al notable del pueblo, al cura párroco, y amenazaba a medio mundo. Los pobres "de color" lo adoraban, porque él los liberaba de todas sus obligaciones con la autoridad, sin ponerles ninguna nueva autoridad. Todos los demás comenzaron a odiarlo, porque con ellos era atravesado, arrogante, insultante e imprudente. Yo mismo lo vi borracho muchas veces, pero como sé que vuestras mercedes no le creen a un burro sino lo quieren creerle, pues vayan al Archivo General de la Nación, pidan los documentos relativos a los Comuneros y lean la declaración de Juan Nepomuceno Galán, hermano de José Antonio, para que vean que a esos muchachos les gustaba el aguardiente bien regadito con aguardiente.

Al comenzar el mes de septiembre de 1781 Galán se encontraba tan solo y aislado, sin finanzas, sin organización y sin fuerzas, que emprendió el retorno a sus viejos lares, en el intento de organizar desde allí una nueva rebelión, mucho más moderada y tranquila que la del Llano Grande. Con este propósito estableció su cuartel general en Mogotes y el 26 de septiembre envió cartas circulares a los capitanes comuneros, invitándolos a unirse a una segunda marcha contra la capital del virreinato "por la infidelidad que han guardado a las juradas Capitulaciones que se hicieron en Zipaquirá". Pocos días después remitió una carta a los antiguos capitanes de Sogamoso para animarlos a que lo acompañaran "a pedir nos hagan buenas las Capitulaciones, a sangre y fuego, cuando no de otra manera". En otras palabras Galán, que antes había rechazado las Capitulaciones y que se había levantado contra ellas, ahora se alzaba para defenderlas y para exigir su cumplimiento. Era una voltereta espectacular.

Pero era también una voltereta patética. Galán intentaba, incluso, repetir las mismas rutas e itinerarios de la primera marcha contra Santa Fe, la que había dirigido don Juan Francisco Berbeo. Y lo hacía cuando ya el arzobispo Caballero y Góngora había establecido un control absoluto sobre esas rutas e itinerarios, con agentes, espías, misioneros, curas doctrineros, amigos, compadres y hasta el sapo Hugo. Y lo hacía cuando ya el arzobispo Caballero y Góngora había conseguido que los rebeldes comuneros se arrepintieran públicamente de su rebelión, pueblo por pueblo, en actos multitudinarios organizados por los Padres Capuchinos, con presencia de notarios públicos y con actas de fidelidad juradas sobre los Santos Evangelios. Y lo hacía cuando el arzobispo Caballero y Góngora había conseguido, en actas firmadas masivamente por los vecindarios, pueblo por pueblo y ciudad por ciudad, que todos los rebeldes comuneros renunciaran solemnemente a las Capitulaciones de Zipaquirá y se comprometieran a pagarle al rey de España, don Carlos III, todos los daños y perjuicios que se le habían causado. Y por eso, apenas se supo que Galán estaba organizando otra marcha sobre la capital del virreinato, los capitanes comuneros salieron de inmediato a la calle, organizaron sus compañías y las pusieron en estado de movilización general... para combatir contra Galán y defender al pobre rey de España, don Carlos III.

¿Cómo fue posible esta metamorfosis tan rotunda del movimiento comunero? Es lo que trataré de explicar a vuestras mercedes en el curso del próximo capítulo.


Pantxo de Vizcaya, el Orejón