En los albores del siglo XXI, el espíritu colectivista que sirvió de impulso al modelo socialdemócrata sueco se diluye ante la pujanza de los derechos del individuo. Y en este contexto, las recientes denuncias sobre esterilizaciones forzosas practicadas a miles de mujeres entre 1934 y 1976, algo perfectamente documentado y conocido desde hace años, ha conmovido al país y removido la mala conciencia del sistema de desarrollo más cercano a la utopía.
Los suecos intentan interpretar este episodio oscuro de su historia sumergiéndose en un psicoanálisis colectivo. A primera vista, sólo el contexto histórico permite entender que mujeres, en su mayoría con minusvalías psíquicas o congénitas o portadoras de otros rasgos catalogados como "inferiores", fueran privadas de su derecho a reproducirse. O al menos a esta hipótesis se remite Maija Runcis, historiadora de la Universidad de Estocolmo y cuyos trabajos han servido de base a los artículos de denuncia del Dagens Nyheter, que dieron vuelta al mundo.
La catedrática tuvo acceso a los documentos confidenciales del organismo del Gobierno que decidía sobre los individuos que deberían ser sometidos a esterilización. Maija Runcis aclara que entre 1934 y 1976 fueron esterilizadas un total de 60. 000 personas. "Pero las historias clínicas de los operados no permiten determinar con exactitud a cúantos de ellos se les forzó y cuántos se sometieron voluntariamente a la intervención", puntualiza. Runcis, al igual que otros expertos, deduce que la cifra real de esterilizaciones obligadas en Suecia se aproxima a las 15. 000 personas.
RAZONES SOCIALES
La ley aprobada en 1934 por el Parlamento sueco tuvo raíces en el debate que se vivía en el norte de Europa sobre la eugenesia y la purificación de la raza. Cuando Hitler llegó al poder en Alemania, en 1933, se aprobó la ley de la esterilización de las mujeres disminuídas. Más tarde, el nazismo ordenó la ejecución de todos los disminuídos físicos y psíquicos. En el caso de Suecia, cuando en 1932 los socialdemócratas llegaron al poder autorizaron la esterilización, por razones sociales, en 1934, gracias al apoyo de todos los demás partidos políticos en el país.
¿Se puede establecer una conexión directa entre la higiene racial del Reichtag nazi y el nacimiento de la socialdemocracia sueca?
"No creo que haya existido una relación ideológica entre la socialdemocracia y el nazismo pero sí hubo ciertas similitudes como en el caso de las esterilizaciones, que de cualquier modo constituyen un atropello a la dignidad humana", dice Maija Runcis. "Aunque sí me atrevo a asegurar que detrás de las esterilizaciones suecas no hubo motivos racistas, sino criterios de carácter social", añade.
Según sus investigaciones, los grupos más afectados fueron los de las mujeres con muchos hijos, las de carácter difícil alojadas en centros de rehabilitación que ya habían delinquido, las que presentaban dismunuciones mentales o las que tenían una supuesta conducta sexual promiscua. En la mayoría de los casos se realizaba una ovaritomía -extirpación de uno o de los dos ovarios- en conexión con un aborto. Al principio se intentaba persuadir a la paciente, y si la táctica no daba resultados, se le negaba a la mujer el aborto, con lo que al final se veía obligada a aceptar las condiciones del médico.
Pero hubo otros casos en los que mujeres que habían solicitado aborto fueron esterilizadas sin su consentimiento.
En su libro "Kroppens tunna skal" ( La sutil envoltura del cuerpo), publicado hace unas semanas, la historiadora Karin Johanisson, de la Universidad de Uppsala, se suma a los expertos que intentan hallar una explicación a los avatares suecos de la selección humana. En uno de los capítulos, se refiere al surgimiento del concepto de salud pública en la construcción de la sociedad sueca de bienestar. En este sentido, Karin Johanisson no se extraña de que los programas de esterilización forzada, encaminados a "limpiar la sociedad de los elementos menos deseados"pasaran inadvertidos entonces.
"La salud pública se entendía como el sueño de un movimiento de masa que se disponía a dejar las enfermedades y la miseria", escribe la historiadora. Su libro arroja luz en la oscuridad pero deja sin respuesta uno de los interrogantes que más aturden ahora a los suecos: ¿Cómo pudo la higiene racial dejar sus huellas en un movimiento que enarboló las banderas de la igualdad y la solidaridad? Y sobre todo: ¿Cómo subsistió hasta 1976 sin suscitar un debate parlamentario en su contra?
En su recopilación de datos, Maija Runcis constata que el único político que alguna vez condenó en público la práctica de la esterilización forzosa fué el primer ministro socialdemócrata Olof Palme. Según ella, en los años sesenta surgieron las primeras reacciones de la opinión pública contra esa medida radical. "En ese momento, utilizando un lenguaje muy claro, Olof Palme se quejó ante lo que consideraba un atropello del Estado frente al individuo, pero su protesta no provocó ningua reacción en el Parlamento".
Margot Wallström, ministra de Asuntos Sociales, ha anunciado la creación de una comisión oficial para investigar las condiciones en que fueron esterilizadas esas 60.000 personas.
Cuando surgen estos fantasmas del pasado colectivo, no faltan voces que alertan contra los abusos del presente. Las esterilizaciones forzosas se han abolido , pero tienen ciertos equivalentes en prácticas actuales más sofisticadas, según Torbjörn Tännsjö, profesor de Filosofía de la Universidad de Estocolmo. Tännsjö considera intromisiones en los derechos reproductivos, por ejemplo, las restricciones en los nuevos métodos de fecundación o la prohibición de algunas técnicas reproductivas. Tambien compara la esterilización forzosa con la prohibición a los homosexuales de adoptar hijos y reflexiona sobre las consecuencias del diagnóstico prenatal, las pruebas genéticas para la prevención de ciertas enfermedades y la selección de embriones según el sexo. "Antes de enterrarnos en discusiones sobre el pasado debemos estar alerta a las consecuencias éticas de las manipulaciones genéticas que se practican hoy", razona.
Cecilia Mora (c)
Estocolmo, 1997.