Mi gallina inolvidable




Miguel Ángel López, un amigo venezolano que vive en Finlandia, publicó hace algún tiempo en Internet un hermoso relato sobre su amistad con una gallina lesbiana. Yo leí con emoción ese texto lleno de filosofía, ternura, comprensión y solidaridad. Y entonces se me removió la olla de los recuerdos y me vino a la memoria un acontecimiento dramático y aleccionador protagonizado por una gallina genial.

En efecto: a comienzos de los ochenta, el Circo de Moscú (todavía soviético) hizo una gira por América Latina llevando sus mejores números de animales. Uno de esos números era una gallina que bailaba ballet: la escena final de El Lago de los Cisnes era su obra maestra. La gallinita cosechó aplausos tumultuosos en Río de Janeiro, Buenos Aires, Santiago de Chile y otras grandes capitales. Todo fueron éxitos, invitaciones, premios, grandes ramos de flores y multitudes fervorosas, hasta que el circo llegó a Lima. Allí, en su primera noche limeña, la gallina hizo prodigios de expresión corporal y el público embelesado le prodigó una ovación interminable. Un periodista amigo mío escribió en su libreta de apuntes:

Pues bien, esa misma noche, alguien se deslizó furtivamente bajo las carpas del circo y se robó a la Gallina Nicolaieva. Las investigaciones policiales no dieron resultado alguno y tampoco tuvo éxito un comunicado del circo en que prometía pagar diez mil dólares por la recuperación de su bailarina. No se trataba, por lo visto, de un secuestro con fines de extorsión. Ahora, años después, los mas sagaces expertos de la Benemérita Guardia Civil del Perú sospechan que Gallina Nicolaieva fue utilizada como almuerzo o cena por algún peruano pobre, acosado por el desempleo, el hambre y la miseria.

Cuando yo leí las noticias sobre este hecho sentí una indescriptible emoción revolucionaria, una alegría sincera y fraternal. Gallina Nicolaieva había cumplido su destino comunista de una manera perfecta y consecuente. Con su danza magnífica había logrado conmover los corazones de las muchedumbres y había unido las almas de los pueblos con mas eficacia que mil embajadores de paz o mil encuentros de Jefes de Estado. Y con su muerte había contribuido a calmar el hambre de alguna oscura familia proletaria, la que a su vez, por un instante en la vida, había gozado el privilegio de comerse a una virtuosa bailarina de ballet. Una cena de dioses. ¿No era eso un símbolo, un signo profético del glorioso futuro que espera a los parias de la tierra? "¡Bienaventurados los pobres... !"

¿Y no era eso una nueva puesta en escena del drama del Gólgota, en que la suma del amor se resume en "Tomad y comed, que este es mi cuerpo"? La comunión es un rito misterioso y eterno que se expresa en la ingestión del ser irremplazable y único, supremo, de aquel que además de alimentar las almas de los hombres entrega la propia vida para alimentar también sus cuerpos. Y ese rito conmovedor estaba ahora ahí, a la vista, para lección y escarmiento de las generaciones hambrientas de la tierra. En ese sacrificio doloroso, tremendo, en que el arte de la danza más sublime y la armonía más delicada se convirtieron en sopa de gallina con ají, hasta el más torpe puede vislumbrar un destello de santidad, un rayo de esperanza, una chispa de redención en cuyo fuego sagrado se redime la carne oscura y pecadora del miserable, florece el alma marchita del desafortunado y vuelven a encenderse los ojos turbios del que ha sido apaleado por la vida.

Han pasado los años y ya nada de esto parece tener validez. Ya nadie se acuerda de Tchaikovski. Los cisnes mueren bajo las bombas en Grozni, en Sarajevo, a los pobres se les prohibe comer gallinas y el circo esta cerrado por bombardeo. Todos se han ido a comprar acciones en la bolsa y todas las gallinas del mundo nacen, viven y son sacrificadas en gigantescos campos de concentración.

Pero he aquí que tenemos los amigos y la memoria, que se toman el tiempo y la molestia de recordarnos que la vida no está en el horror, ni en la guerra, ni en el odio, ni en la violencia ciega y brutal, sino en la amistad sincera, franca y tolerante entre el hombre y la gallina. No importa que la gallina sea bailarina, comunista, lesbiana o lo que sea. Una vez que te has entendido con ella has entendido un pedacito de los enigmas del Universo, y entonces eres más bueno y más sabio, y hasta puedes aspirar al derecho sublime de comerte a la gallina, para que ella sea, mientras vivas, carne de tu carne y alma de tu alma.

C.V. (c).