Confesiones
de una culebra

1- Quién soy y por qué soy tan chévere
Breve reseña histórica del culebreo. Con disquisiciones clínicas, esotéricas, metafísicas y climatológicas.

Aprovecho que mi amigo el burro Pantxo no está ocupando ahora el ordenador de don Carlos Vidales, para intentar alguna forma de comunicación con ustedes, mis estimados bichos de sangre caliente, mamíferos bípedos e implumes. Yo sé que a más de alguna señora humana le produce escalofríos la sola mención de mi presencia. Yo sé que muchos de ustedes se retuercen de inquietud y se les erizan los nervios cuando se sospecha que yo me encuentro en las cercanías. Me imagino que esto debe tener alguna relación con la mala conciencia, porque según he leído en una revista científica, cada año ustedes asesinan más de medio millón de mis hermanas solamente en el sur de los Estados Unidos.

Yo, por mi parte, tengo la conciencia tranquila: cada año mueren unos cinco mil seres humanos en todo el mundo como resultado de enfrentamientos con mis congéneres y en todos esos casos, sin excepción alguna, han sido ustedes los que han iniciado las hostilidades, provocaciones y amenazas. Así que, por favor, déjense de nerviosismos, escalofríos y otras hipocresías por el estilo y hagan un esfuerzo de raciocinio sereno a ver si podemos comunicarnos. Después de todo, ustedes son los únicos bichos de la naturaleza que se autodenominan "sapiens", o sea "sabios". A ver si es cierto que lo son.

Comenzaré presentándome. Me llamo Margarita Sinuosa de Crótalo. He conservado mi nombre de casada aunque soy viuda desde el 3 de febrero de 1937, día nefasto en que una partida de colonos macheteó sin piedad a mi amado esposo en un playón del río Orteguaza, en el sur de Colombia. Andan por ahí, esparcidos por el mundo, unos doscientos hijos míos, sobrevivientes de una estirpe de más de mil culebras cuyas aventuras podrían servir para escribir cien "Ilíadas", trescientas "Vorágines", cincuenta o sesenta colecciones de "Cuentos de la Selva", o cualquier otra historia parecida.

Mi linaje viene desde muy remotos tiempos. Mis antepasados vieron morir a los dinosaurios y yo conozco el secreto de su extinción. También sé dónde, cuándo y cómo apareció el primer ejemplar de "homo sapiens", como ustedes dicen con tanta gracia. He visto las grandes migraciones humanas. Fui testigo de enormes dramas, inmensas catástrofes y horrendas matanzas cuando pueblos enteros se movilizaron para ocupar los territorios del Asia central, o cuando millones de humanos fanatizados por el hambre y la desesperación, por sus alucinaciones religiosas y por la locura colectiva de la guerra, se lanzaron a esa catarata humana que ustedes llaman "la gran migración indoeuropea".

En fin, he visto nacer y crecer a la humanidad y me sospecho que también la veré morir pronto, a juzgar por el esfuerzo que ustedes hacen por destruir su propia especie. Y si alguno de ustedes me pregunta cuál es mi antigüedad, les puedo dar el siguiente dato para que la vayan calculando: en el grupo de amigos cercanos de don Carlos Vidales, es decir, los que vivimos habitualmente en su casa y compartimos las reservas de su despensa, solamente la cucaracha Victoriana Huerta es más vieja que yo. Victoriana es una comadre mexicana, bigotuda y marihuanera, que acostumbra tomarse las reservas de tequila de don Carlos Vidales, quien a su vez le perdona toda esta desfachatez a cambio de que ella le cuente historias de la revolución mexicana. A veces nos quedamos todos hasta altas horas de la madrugada, en velada sabrosa, oyendo anécdotas de Pancho Villa y Emiliano Zapata, de la locomotora que silbaba como a las tres de la tarde y del caballo Siete Leguas, que Villa más estimaba. Cuando la cucaracha Victoriana está bien borracha se pone a cantar rancheras y corridos muy alegres, aunque por desgracia no puede bailar, porque le falta la patita principal.

En todo caso, para no hacer el cuento demasiado largo, la antigüedad de Victoriana es de 800 millones de años. Ella vio algo que yo no vi: la separación de los continentes y la formación de los océanos tal como existen ahora. Su memoria es maravillosa y sus relatos son apasionantes, aunque a veces le da por delirar y sostiene que en realidad ella se llama Gregorio Samsa, que es empleado de comercio en Praga, que a comienzos de este siglo sufrió una metamorfosis y se convirtió en cucaracha, que un tal Franz Kafka puede certificar estas afirmaciones y otras incoherencias no menos ridículas. El burro Pantxito es el que más se ríe de estas estupideces, aunque don Carlos Vidales se pone muy serio y quiere saber más detalles de esta historia. Pero nunca llegamos mucho más lejos que eso, porque la mayoría de los interlocutores decidimos que ya la borrachera ha llegado a su máximo límite y damos por terminada la fiesta.

Pero veo que me estoy yendo por las ramas. Las culebras siempre tenemos la tendencia a irnos por las ramas. Lo que yo quiero, en este primer capítulo de mis confesiones, es hacer un breve recuento de lo que yo he significado para ustedes a lo largo de mi sinuosa existencia. Esto me parece necesario, porque algunos de ustedes viven con la creencia de que el ser humano y la serpiente son enemigos naturales. Especialmente a partir de las sagradas escrituras que forman la base de la civilización hebreo-cristiana, culebras y serpientes hemos sido presentadas ante el honorable público como agentes del demonio, encarnaciones de las fuerzas del mal, representaciones corporales de la falsedad, la envidia, la maledicencia y la chismografía. Se dice "lengua viperina", o sea "lengua de víbora", cuando se quiere significar lengua calumniosa, maligna, mezquina y envidiosa. Consecuentemente, durante muchos siglos hemos sido perseguidas, cazadas, desolladas, quemadas y destruidas con odio religioso, que es el peor de los odios.

Pero no siempre ha sido así. Antes de que los hebreos escribieran el Antiguo Testamento se nos respetaba y amaba. Todo el mundo conocía y apreciaba los beneficios que traemos a la agricultura cuando removemos la tierra en busca de comida, cuando cazamos insectos y ratones, o bien cuando nuestra presencia atrae a otros animales que nos usan como alimento y que de esta manera mantienen la cadena ecológica viva y en funcionamiento normal.

Estas funciones básicas fueron idealizadas por el gorila humano, que tiene la manía de idealizarlo todo. Como nos veían aparecer después de las lluvias, buscando el agua, los hombres "sapiens" sacaron la conclusión de que nacíamos del agua, que éramos una encarnación viviente del río. Fuimos, por lo tanto, declaradas "guardianes y sacerdotes de las aguas". Como algunas de nosotras tienen veneno y pueden matar con los dientes, aunque ese veneno no mata a la misma serpiente que lo usa, se dedujo que éramos unas criaturas especialmente sabias, que conocíamos el secreto de la vida y de la muerte. Recibimos entonces el nombre de "ministros de la vida y la muerte" y se nos rindió culto religioso.

Los caldeos tenían la misma palabra para nombrar a la vida y a la serpiente. En la vieja tradición hindú, la serpiente constituía la base y el eje del mundo. En los antiguos secretos órficos, en Grecia, se establecía que el universo era originalmente una inmensa serpiente surgida del huevo cósmico. En el Kundalini se indica que la serpiente Ananta, asociada a Vishnú y a Siva, es el sustento de la creación y simboliza la evolución del mundo, el cumplimiento del ciclo de la existencia y el conocimiento del universo subterráneo.

Aquí debo anotar que al traducir al castellano lo que se dice de nosotras en las más diversas culturas se pierde la mayor parte de la significación, porque en el idioma simbólico original el concepto de "serpiente" es masculino, jamás femenino. En castellano dicen ustedes "la" serpiente, pero en todas las mitologías antiguas y en los cultos de miles de pueblos se habla de "el" serpiente. Deben perdonarme ustedes, pues, que al hablarles en su idioma cometa este error gramatical de género, para no cometer un error conceptual de significación. Esto no quiere decir que yo reniegue ahora de mi condición de hembra, por favor, no se confundan. Una cosa es el concepto abstracto de "serpiente" y otra cosa es la serpiente concreta, sensual y apasionada que está escribiendo estas líneas.

En la mitología escandinava, "el" gran serpiente de Midgaard, hijo monstruoso de Loke, fue lanzado al mar por Odín y allí formó un anillo gigantesco, mordiéndose la cola. Este anillo viviente y eterno abraza la tierra de los hombres, el disco terrestre que contiene los países. Fuera de los límites del anillo que forma "el" serpiente de Midgaard se extienden las comarcas ignotas de los monstruos y las bestias mágicas. El gigante Tor dirá entonces: "Es el serpiente de Midgaard quien abraza, formando un anillo, a todas las naciones, y a duras penas alcanzó su longitud, de modo que la cabeza y la cola quedaron fuera de las aguas, descansando sobre la tierra firme".

La serpiente que se muerde la cola, formando un anillo en que el principio y el fin se confunden, es un símbolo universal de la eternidad y, al mismo tiempo, representación del mito del "eterno retorno". Este símbolo se llama "Ouroboros" y se asocia también con el disco del sol, con la luna, con las estrellas y con el ciclo eterno de la transformación universal. Muchas culturas asiáticas y africanas, así como los pueblos escandinavos, asociaban el anillo "Ouroboros" a la invención de la rueda y creían que las serpientes se muerden la cola y forman el "Ouroboros" para rodar con rapidez en persecución de sus víctimas. La serpiente fue, pues, inventora de la rueda y madre del conocimiento técnico. Pero el disco o "la rueda" de la tierra gira entre la noche y el día, la vida cesa de noche y renace con la madrugada. Y así, jugando con la idea del anillo y de la rueda, con el giro de esta rueda entre los ciclos de luz y de tinieblas, se inventó el mito de que las serpientes y las culebras mueren por la noche y renacen al amanecer, por los siglos de los siglos.

Esta creencia en la resurrección de la serpiente fue reforzada por la observación "científica" del gorila "sapiens". En efecto, el simio investigador vio que las serpientes cambian de piel periódicamente. Observando cómo el ofidio emergía de su vieja piel, dejándola tirada en el suelo, sacó la conclusión "científica" de que la serpiente viva y rejuvenecida brotaba del cuerpo de la serpiente muerta. Muy sapiens.

Imperios enteros se formaron alrededor de la imagen serpentina. Los egipcios adoraban esta imagen hasta el extremo de que los faraones se arreglaban el peinado y la toca imperial de manera que imitara la caperuza desplegada de la cobra amenazante. Todavía hoy puede verse al lado de las pirámides la inmensa Esfinge, con cuerpo de león y cabeza de farón, en actitud de cobra erguida, vigilante, como quien ejerce el oficio de guardián y protector de los faraones allí sepultados. En el "Libro de los Muertos" del antiguo Egipto se inscribió, para uso de los sacerdotes, un verso ritual para que los muertos más nobles y poderosos pudieran convertirse en cobras y regresar de este modo a la vida, encarnados en un ser maravilloso y sagrado. Este verso nos confirma que la cobra egipcia y "el" serpiente cósmico de los vikingos tienen las mismas funciones simbólicas:

En casi todas las culturas de la antigüedad, los atributos masculinos y fálicos de la imagen serpentina son evidentes. La serpiente, o mejor dicho "el" serpiente, es el gran seductor, el hábil intrigante en las artes del amor y de la sensualidad. En la India antigua hay relieves en piedra que muestran a "un" serpiente saliendo del órgano sexual femenino, donde ha dejado su simiente vivificadora. En casi todas las culturas amazónicas existe el mito del amor sexual entre una india y "un" serpiente. En los mitos antiguos de Huarochirí, en el Perú preincaico, el amor adúltero entre una mujer y un "Amaru" (serpiente) es casi siempre el preludio de catástrofes naturales o grandes conmociones sociales. La figura del Amaru será adoptada más tarde por el imperio incaico, que integrará esta imagen serpentina en su trinidad sagrada (Amaru-Cóndor-Puma). El Amaru será esencialmente masculino y procreador, al mismo tiempo poderoso y sabio, astuto y prudente, silencioso en su labor e implacable en sus decisiones. Su frialdad será asociada, como en cientos de otras culturas, a la capacidad de tomar decisiones justas sin ser afectado por emociones contingentes.

Las mismas características fundamentales tendrá el gran Quetzalcóatl, "el" Serpiente Emplumado de los pueblos mexicanos antiguos, que tan enorme importancia llegó a tener en el Estado Azteca. Quetzalcóatl es creador y fundador del mundo, protector de las aguas y de la agricultura, vivificador, educador y profeta. Tiene el conocimiento trascendente y sabe cómo entregarlo a los hombres. Vencido por dioses guerreros y sanguinarios, crueles y soberbios, Quetzalcóatl emigra al exilio, pero volverá a redimir a su pueblo cuando el ciclo de esta existencia llegue a su fin y se inicie el ciclo de un nuevo universo.

A los hombres siempre les ha intrigado el misterio de que un animalito sin brazos y sin piernas pueda moverse con tanta facilidad e incluso subir por paredes y trepar a los árboles más difíciles de escalar. Los egipcios usaban un símbolo esotérico con la representación de una serpiente sagrada dotada de piernas humanas, lo cual constituye un claro indicio de esa preocupación. A los hombres que escribieron el Antiguo Testamento les parecía un enigma insondable que las serpientes y culebras fuéramos capaces de recorrer largas distancias sin dejar rastro alguno. La falta de extremidades hizo que muchas culturas de diferentes regiones del mundo inventaran el mito de que las culebras somos en realidad fetos, embriones humanos que han salido transitoriamente del vientre materno. En muchos pueblos amazónicos existe el principio de que se debe respetar la vida de las serpientes que merodean por la noche, porque ellas son fetos humanos que han salido en busca de agua y regresarán al vientre de sus madres al amanecer.

Pero la falta de extremidades también ha servido para construir en torno a nuestra figura el mito de la perfecta sencillez universal. Como merodeadoras nocturnas, nuestro cuerpo largo y de movimientos silenciosos y sutiles sugiere en la fantasía humana la idea de que somos los guardianes de las tinieblas y los protectores de los muertos. Por eso, además de ser símbolos de la resurrección, como ya he dicho, se nos asocia con la reencarnación y con todas las otras formas de comunicación entre los que ya han muerto y los que nacen a la vida.

Una vez que se nos han adjudicado las capacidades sobrenaturales más decisivas, es decir las que tienen relación con la vida, la muerte, el tiempo y la eternidad, no resulta difícil suponer que nuestro reino no se limita a la tierra y a las aguas. Entonces se nos pinta volando, con alas gigantescas. Se crean mitos heroicos y terribles al respecto. Se dice que dominamos los cuatros elementos (agua, tierra, aire y fuego) y para demostrarlo se nos otorga la capacidad de arrojar fuego por la boca. Ha nacido el dragón, que representa al mismo tiempo el afán insensato del gorila humano por dominar todas las cosas de la existencia, y el miedo espantoso que siente cuando se enfrenta con sus orígenes (el agua), con su muerte (la tierra), con los gaseosos misterios de su alma (el aire) y con lo que él cree que le espera después de morir, como castigo por sus maldades (el fuego).

Por supuesto, un animalito con tantas funciones simbólicas tiene que ser también el genio tutelar de los médicos, los brujos, los farmacéuticos, los alquimistas, los químicos y los profetas. En los símbolos de todos estos oficios aparece la imagen de la serpiente. Los médicos llevan en el inconsciente la secreta esperanza de que el culto de la serpiente les permitirá resucitar a los pacientes que ellos mismos han matado con su torpeza. Los farmacéuticos, los alquimistas y los químicos sueñan con la piedra filosofal, con el agua de la eterna juventud, con los secretos ocultos del mundo mineral, con la panacea universal. Los profetas invocan la sabiduría de la serpiente, su conocimiento de la eternidad, de los tiempos pasados y futuros, y quieren que la culebrita les cuente al oído lo que va a ocurrir el próximo siglo, para poder así pronunciar sus profecías apocalípticas y tener poder para dominar a los demás en este siglo.

Pero, señores, todo eso es en vano. Yo no soy más que un simple animalito, uno de los millones de simples animalitos del Universo. No tengo más secretos que el hueco donde pongo mis huevos. No guardo comida, ni riquezas, ni libros ni fórmulas secretas. Cada vez que se puede, cazo a un animal, me lo como entero y después duermo la siesta durante una o dos semanas. Cuando no se puede, me como algún insecto y trato de pasar el día de la mejor manera posible. No tengo más ambiciones que vivir mi vida hasta donde alcance, porque sé que en cualquier momento acabaré entre las garras de un águila o bajo el machete de un ser humano. Nada de eso me causa problemas existenciales. Todo lo afronto con una sangre fría imperturbable, que ustedes deberían tratar de imitar para evitar el estrés, la neurosis, el cólico, la úlcera, los infartos, las apoplejías, las esquizofrenias y paranoias, o cualquier otra de las miles de enfermedades que ustedes sufren como castigo por ser tan "sapiens".

Y más les digo: he trabajado para los emperadores de Babilonia, los faraones de Egipto, los reyezuelos de Togo, el Gran Khan de la China, los Papas del Renacimiento (especialmente los de la familia Borgia), los Incas, los Mayas, los Aztecas, los sabios monjes del Tibet que venden sus propios orines a los campesinos para que ellos los beban como cosa sagrada, los tártaros del Asia Central, los Cheyenes, Comanches, Apaches y Shoshones, para no mencionar más que unos pocos de mis empleadores más ilustres. Pero el mejor de todos es el patrón que tengo ahora: Herbolario Botero, un colombiano patojo de bigote caído y pelo engrasado, charlatán de feria que se autodenomina "culebrero" y que va de pueblo en pueblo vendiendo grasa de oso para curar el carranchín, la sarna, el "siete luchas", la eczema, la tembladera, el Mal de San Vito, la epilepsia, el mal de ojo, la "piel de pescao", el dengue, el beri-beri, la melancolía y los desórdenes de la regla. Yo soy su asistente y salgo de una caja en el momento preciso en que él está haciendo alarde de su sabiduría medicinal. Entonces él me grita con acento dramático: "¡Deténte, animal feroz!". Y yo me detengo, haciendo una venia al honorable público. La muchedumbre, alelada, se arremolina para comprar la "medicina" de Herbolario, que no es más que vaselina perfumada con orines de zorrino para disimular la estafa. Después nos vamos de ahí para otro pueblo, antes de que nos linchen, y pasamos nuestros días en gran diversión y camaradería.

Herbolario es, en el fondo, una buena persona, pero nunca ha conseguido un trabajo mejor que el que ahora tiene. Su único defecto es que habla hasta por los codos. El burro Pantxo dice que si alguna vez meten a Herbolario en la cárcel, lo tendrán que torturar para que se calle, no para que hable. Eso me hace recordar que hay otro Botero en la cárcel de Bogotá (uno que fue ministro, dicen) y se afirma que a él, precisamente, tuvieron que torturarlo para que dejara de hablar. Entonces se dedicó a publicar un semanario titulado "Desde mi celda", en el cual sigue contando hasta lo que no sabe. Parece que lo último que ha confesado es que él recibió dinero del narcotráfico para sobornar a la culebra que incitó a Adán y a Eva a cometer el pecado original. Me pregunto si ese Botero no será por casualidad pariente de mi patrón Herbolario, porque la retórica me suena conocida.

Muy bien, por ahora diviértanse con esto. La próxima vez les contaré lo que me pasó en los tiempos de la colonia, en Santa Fe de Bogotá, cuando yo era secretaria de una curandera. Eran tiempos difíciles, especialmente para la aviación. Estaba prohibido volar y al humano que volara lo quemaban o ahorcaban por practicar la "brujería". Por supuesto, no existía ninguna inspección de tráfico aéreo. El único organismo que cumplía esas funcionas era una cosa horrible que se llamaba "La Santa Inquisición". Y para certificar su santidad, esta Santa Inquisición disponía de las vidas ajenas como se le daba la santa gana. Muy sapiens.

Que la Sabiduría sea con ustedes.


Margarita Sinuosa de Crótalo.